
Marcó la historia con la novela “Cóndores no entierran todos los días”. Es irreverente. Consejero de políticos y gobernantes. Una entrevista reveladora.
Por Isabel Pélaez, periodista y cronista del Diario El País, de Cali
El escritor vallecaucano Gustavo Álvarez Gardeazábal sumará ocho décadas de vida el próximo 31 de octubre —no es brujo, pero le llaman El Oráculo de El Porce—, con una memoria sorprendente, actividad intelectual diaria con sus 2600 contactos de whatsapp, a quienes, sin falta, les envía sus crónicas, y una irreverencia incurable, al igual que muchos males que aquejan su cuerpo y que enumera, sin reparo, como si se tratara de sus exitosas obras literarias:
“El frío de esta mañana me tiene la voz agrietada. Tengo problemas en una pierna. Cuando no es por la circulación, es por la rodilla —y camino todos los días una hora—, pero tengo unas dietas decretadas por mí. Fui quitando lo que me hacía daño y coincide con lo que la dietista y el médico me formulan; tengo dieta para el hígado, dieta para el corazón, dieta para los divertículos; no como nada. Ir a Cali para mí es como un viaje transatlántico y tengo que entrar en ayuno porque la comida ajena me da cólico”.
De madre liberal, padre conservador y abuelo librero, Gustavo salió escritor.
“Una de las razones por las que lo soy es por haber nacido en el hogar donde nací y haber sido criado de esa forma. Mi madre había heredado de mi abuelo, que era el librero de Tuluá, un método de lectura y un conocimiento humanístico; ella se graduó de bachiller en la década del 30, que ya era demasiado mérito, se fue a estudiar a la Acción Católica a Bogotá, pese a ser de una familia pobre, porque un librero en Tuluá, una ciudad en la que, de 10.000 habitantes, 1000 sabían leer, no me explico cómo no se moría de hambre, y montó una imprenta”, relata el autor de Dabeiba, Cóndores No Entierran Todos los Días, El Último Gamonal, El Divino, La Boba y El Buda y Comandante Paraíso, entre otras.