
La censura aplicada por algunas entidades norteamericanas, ya retiró textos de escritores latinoamericanos en 23 Estados.
Por Fernando Alexis Jiménez – @CrónicasdeMacondo
Es increíble, pero real. La mejor forma de dimensionar en qué consiste, es ilustrar el asunto.
Imaginemos por un instante que una biblioteca escolar decide —de la noche a la mañana— retirar de sus estantes “Cien años de soledad” o “El amor en los tiempos del cólera”. No porque los ejemplares estén deteriorados, sino porque alguien considera que son “inapropiados”. Lo que a muchos lectores nos parecería un acto absurdo o incluso criminal, hoy forma parte de una tendencia creciente en Estados Unidos.
Y los textos de nuestro Nobel, Gabriel García Márquez, figuran entre las creaciones amenazadas.
Según un reciente informe de PEN América, al menos 6.870 casos de prohibición total de libros se registraron en 23 estados en el último año. Organizaciones como “Madres por la libertad” presionan para vetar escritos que abordan temáticas como raza, diversidad de género, sexualidad, estructuras de poder social —temas centrales en muchas novelas latinoamericanas clásicas.
Y entre los autores “vetados” están gigantes como García Márquez, José Saramago, Ernest Hemingway, Isabel Allende, entre otros.
Las razones esgrimidas para vetar estos textos suelen alegar “contenido sexual explícito”, “lenguaje ofensivo” u “ofensas a valores tradicionales”. Pero es clave distinguir entre proteger la infancia y censurar el conocimiento.
Muchos de esos libros no son pornografía, ni discursos de odio, sino relatos profundos sobre la condición humana, las desigualdades y las contradicciones de nuestro tiempo.
Prohibirlos significa negar al lector joven la posibilidad de confrontar ideas, de empatizar con realidades distintas y de desarrollar juicio crítico.
Es más, las organizaciones defensoras advierten que las prohibiciones se hacen sin debates previos sobre el contenido, lo que revela que no se trata de un proceso pedagógico sino de una imposición moral.
¿Qué hacer? Al menos en Colombia, promover a nuestros autores que, en un futuro, pueden salir de las bibliotecas públicas de otros países. Nuestras nuevas generaciones deben familiarizarse con los escritores de nuestra tierra. Ahora que podemos leerlos.
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