
Colombia tiene asuntos mucho más importantes para resolver, que estar ocupados en el enfrentamiento del mandatario con el ex canciller.
En mi lejana época de la secundaria, algunos estudiantes concluíamos las marchas y, pese a lo multitudinarias, antes que estar felices, terminábamos enzarzados en tremendas peleas.
¿La razón? Unos decían que eran maoístas y otros que marxistas.
Y comenzaban los debates por ideologías en plena plaza pública. Los ánimos se iban calentando y, en cuestión de minutos, las pancartas y carteles terminaban destrozados y convertidos en garrotes para procurar “hacer entrar en razón al otro”.
No con argumentos, sino a puro garrote. Los policías y soldados, convocados para diezmar las manifestaciones, terminaban riéndose, viendo el espectáculo desde una esquina.
Algo muy parecido a lo que ocurre hoy con el enfrentamiento del presidente Petro y el ex canciller, Álvaro Leyva Durán.
Complicado. Complejo en un país polarizado, entre una noticia truculenta y otra que se disputan las primeras planas de los periódicos o de los titulares de los noticieros.
Leyva a Petro: “Usted es un adicto”. Y el mandatario le responde. Nuevamente Leyva: “Es hora de renunciar a la Presidencia con dignidad” y el ejecutivo buscando los términos más contundentes para salirle al paso a Leyva.
Viene a mi memoria una frase de Séneca, uno de los exponentes del estoicismo: “El más poderoso es el que tiene poder sobre sí mismo.”
No tiene sentido alimentar este rifirrafe. El país tiene temas más importantes que deben ocupar la agenda de la opinión pública. La Consulta Popular, por ejemplo.
Si Leyva dice algo, que lo diga. Tiene más impacto guardar silencio que responderle.
Hay quienes dicen que el ex canciller quedó rabón –termino coloquial que significa dolido y ofendido–, porque no siguió en el cargo. Puede que sea así, puede que no.
Doña Olivia, donde tomamos tinto con Carvajalito, me dijo que era una confrontación de egos. Quizá.
Para nadie es desconocido que admiro a Petro, pero también a Leyva. Le reconozco que, pese a su origen político—conservador–, siempre estuvo a favor del diálogo con la insurgencia para consolidar la paz. Algo que no podemos olvidar.
Por el bien de los dos y de los colombianos, el rifirrafe debe terminar.
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