
La muerte de Jeison es una de las más de ochenta que se produjeron como consecuencia del estallido social. Quizá reposan en la impunidad, en el olvido. Colombia no puede detenerse. Debe avanzar en su transformación…
La madre dice que Jeison estaba esperando a la novia. Caía la noche en la ciudad y densos nubarrones anunciaban una tormenta, ese jueves aciago en Buenaventura.
La radio local informaba de enfrentamientos callejeros. El comienzo del estallido social. Era 21 de noviembre de 2019. La llama de la inconformidad se había encendido. Nada la detendría.
Él estaba sobre la acera, en la vía principal de acceso al puerto.
En esa condición, recibió un disparo de fusil. Dicen los testigos que de un hombre de la Armada.
Estaban en las calles reprimiendo los brotes de manifestaciones que se apagaban aquí y resurgían allá.
“Sí él estaba metido en ese problema de las protestas, no lo sabía. Me dijo que iba a reunirse con su novia, Deyanira. Lo que sí se, es que lo mataron. Fue una bala de fusil de los soldados la que mató a mi hijo. Una sola bala le pegaron en la espalda”, afirmó Elizabeth Lizalda.
Una porteña berraca, que al igual que sinnúmero de hombres y mujeres bonaverenses, sobreviven. Le ponen la trampa al centavo con lo que sea. Con lo que dé plata, que les hace falta.
Murieron dos jóvenes en calles céntricas.

Y aunque las circunstancias de estas muertes son materia de investigación—como tantas otras hasta que las archivan en un anaquel de un juzgado o de la Fiscalía–, el comandante de la Armada ni el de la Policía de Buenaventura de esa época quisieron referirse a lo sucedido.
La agencia AFP hizo el siguiente reporte sobre lo que dijo el ministro de la Defensa, Carlos Holmes Trujillo:
“En las últimas horas las autoridades han confirmado la muerte de dos personas en Buenaventura en medio de disturbios y una más en Candelaria, ambos en municipios del (departamento) Valle del Cauca”, en el oeste del país. A ellos se suman 122 heridos y 98 detenidos. Además, las fuerzas de seguridad realizaron 53 allanamientos.
El alto funcionario reconoció que estaban en curso investigaciones por presunto abuso de la fuerza policial.
Elizabeth Lizalda sigue batallando por la vida, en esa ciudad portuaria de la que Pergoyo escribió:
“Siempre que siento penas en mi poblado, miro tu lindo cielo y quedo aliviado.”
Inmortalizó esos versos en la canción mi Buenaventura.

Pero el 21 de noviembre del 2019 y en los meses subsiguientes, lo que se decía en el puerto era lo mismo: “Lo mataron por protestar”. Su madre insistía: “Iba a visitar a su novia”
El muchacho reposa en un camposanto. Un osario sencillo, sin pretensiones de nada. Un testigo mudo de la brutalidad oficial para reprimir el estallido social.
Dos jóvenes asesinados en Buenaventura, pero los estimativos finales hablan de más de ochenta víctimas mortales en todo el país.
Desde mi escritorio, los imagino en la eternidad, mirando a una Colombia que se resiste a morir en la miseria y el olvido. Una Colombia que está floreciendo, renaciendo de las cenizas en las que la sumieron quienes por años ejercieron el poder.
Una Colombia que no puede ni debe volver atrás, porque pierden los más vulnerables, la gente de a pie que jamás vio oportunidades distintas a guardar rabia por las arbitrariedades de quienes detentaban el poder…
… Hasta que se produjo el estallido social, que ojalá jamás se repita. No, al menos, en tanto el país siga avanzando en los vientos del Cambio.
Fernando Alexis Jiménez es periodista. Publica la columna “Crónicas de Macondo” en medios impresos y digitales. Encuentre sus contenidos en Internet @CrónicasdeMacondo
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