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Progresivamente los vallecaucanos han comenzado a conocer la verdad: La Gobernadora es buena conversadora, dicharachera, pero no cumple lo que promete. |
Por Fernando Alexis Jiménz
Doña Gertrudis tiene 75 años y vive en el corregimiento de Ricaurte, zona rural de Bolívar. Además de gustarle el café tinto con almojábana a las 3 de la tarde, cuando el sol comienza a menguar entre las montañas, tiene un distintivo: en un rincón de su habitación guarda un retrato de la gobernadora Dilian Francisca Toro. Le enciende una veladora para que ella reciba sabiduría en todas sus decisiones. La renueva día y noche. No permite que se apague.
“Esa mujer es una santa”, repite cuando se refiere a ella, con esa sonrisa inocente de esperanza que quizá sólo se borrará el día que parta a la eternidad. “Llegó a la Gobernación y le ha tocado muy duro. La habían dejado en ruinas y ella, con esa bondad que le caracteriza, ha hecho muchos cambios”.
Doña Gertrudis es uno de los tantos vallecaucanos que le creyeron a la sonrisa fotográfica de la médica guacaricense, y a sus discursos floridos, propios de alguien como ella que es una cajita de música.
Nadie puede negar que es buena conversadora, que no abandona el típico acento vallecaucano, que es hábil, que tiene agallas y que piensa abrirse paso—a codazos si es necesario—para llegar a la Presidencia de la República; pero tampoco se puede desconocer que no es la redentora de los vallecaucanos. Prometió, pero no ha cumplido.
Es cierto, trajo cambios a la Gobernación. Si el bárbaro de Ubeimar arrastraba una nómina paralela de casi dos mil contratos, ella duplicó el número. Montó unos conversatorios rimbombantes en los municipios, pero de lo acordado con las comunidades, el porcentaje de cumplimiento es mínimo. Su nivel de popularidad, medido en encuestas que creeríamos tienen un margen de verdad, es más bajo que el de los tres últimos gobernadores. Se enfurece si la llaman politiquera, pero los hechos parecen corroborarlo. Mucho tilín-tilín, y nada de paletas.
Lo que temo, y lo digo con sinceridad, es que cuando doña Gertrudis descubra quién es Dilian Francisca, no solo retirará la veladora, limpiará la cera acumulada en el altarcito sino que, además, demandará al Departamento por publicidad engañosa. Comprensible. Una cosa es lo que publica la página Web de la gobernadora y otra, muy distinta, la realidad. El papel, y en este caso la Internet, pueden con todo.
Le expliqué a la buena señora que la gobernadora no cumple ni años. Entre sorbo y sorbo de tinto, al caer la tarde, ella me miró con ojos agigantados, como ruedas de carretilla. “¿No será que usted está equivocado?”, preguntó. Debí absolverle sus dudas y, tras explicarle por qué no creemos en ella, sustentar por qué el SUGOV no firmó el Acuerdo Colectivo. “Sencillamente, no creemos en ella”, le dije.
Lo último que supe es que doña Getrudis ya no renueva con la misma frecuencia la veladora frente a la fotografía sonriente de la médica Dilian. Que cada vez que compra una nueva en la tienda de don Jacinto, a cuadra y media de su casa, se pregunta: “¿Acaso ella también le hará conejo a los vallecaucanos?”…
NOTA IMPORTANTE: La presente columna aun cuando refleja el pensamiento del autor, no interpreta necesariamente la posición que respecto al tema tiene el SUGOV.
About Author
Fernando Alexis Jiménez – Ejerce el periodismo desde hace más de 40 años. Ha trabajado para radio y prensa. En esta última etapa escribe para medios digitales. Cursó una licenciatura en ciencias religiosas en la fundación universitaria Bautista. Tiene columnas permanentes en portales internacionales como KaosEnLaRed, AméricaXXI, Alainet, Rebelión y Prensa Bolivariana, entre otras. Se identifica como un seguidor de la teología de la liberación promovida por Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Elder Cámara y Frey Beto. Actualmente es dirigente sindical del SUGOV.
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