SINDICATO UNITARIO DE LA GOBERNACIÓN DEL VALLE DEL CAUCA
NOSOTROSCONTACTO 12 Dic, 2024

La explotación del caucho, una tortura para nuestros Indígenas

La explotación del caucho natural a gran escala se presentó en Colombia en un período relativamente breve de un poco más de medio siglo (entre 1879 y 1945), aunque sus efectos socio-territoriales fueron de tal magnitud que aún se sienten en algunas zonas del país.
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La explotación del caucho natural a gran escala se presentó en Colombia en un período relativamente breve de un poco más de medio siglo (entre 1879 y 1945), aunque sus efectos socio-territoriales fueron de tal magnitud que aún se sienten en algunas zonas del país.

Por Luis Eduardo Carvajal Pérez | Dirigente sugoviano


Así lo manifiesta la Antropóloga de la Universidad Externado de Colombia, Gina Paola Sierra, quién enfatizó que ese mercado tuvo en Colombia una dura influencia, dando lugar entre otros hechos, a las gravísimas denuncias formuladas en contra de la Casa Arana del Perú, en la novela La Vorágine de José Eustaquio Rivera.

Lo cierto es que se considera que la mencionada antropóloga, es la autora del estudio más completo que se haya hecho en torno a lo que fue el surgimiento de la fiebre del caucho en Colombia.

¿Qué características presentan las diferentes fases de este gran ciclo de producción de látex en un área hasta ese entonces olvidada por la dirigencia nacional y por los habitantes de los principales centros del país? En estos años se presentaron dos auges distintos de explotación del caucho; el primero entre 1879 y 1912, al cual se le conoce como “fiebre del caucho”, y un segundo auge que se extendió desde 1942 hasta 1945, paralelo a la segunda gran guerra.

El árbol que llora

El caucho natural era conocido en la Amazonía desde mucho antes de la conquista, pues los indígenas habían descubierto hacía ya tiempo el árbol que llora. Sin embargo, las explotaciones intensivas comenzaron hacia 1789, ligadas a la demanda creciente de la goma por parte de algunos países europeos como Inglaterra y Francia, y por supuesto de Estados Unidos, gracias a los avances tecnológicos que propiciaban la aparición y desarrollo de una pujante industria del transporte (inicialmente de bicicletas y luego automotriz).

Entre los avances tecnológicos, incorporados a la producción en estos años, se encuentran los relacionados con el creciente mercado de partes para el automóvil en Estados Unidos y Europa, que presionaban por desplazamientos más rápidos de personas y mercancías, pues el descubrimiento del estadounidense Charles Goodyear, en 1839, de la vulcanización, condujo a la rueda encauchada y dio paso a la llanta con cámara de aire, inventada en 1887 por el escocés John Boyd Dunlop.

Hacia 1885 comenzaban a instalarse las primeras casas caucheras en el país, algunas de las cuales acogían el negocio al tiempo que abandonaban el de la quina, debido a la grave crisis en el mercado de ésta en los años anteriores. Sin embargo, la experiencia adquirida en los procesos de extracción de la quina, así como algunas mejoras introducidas al transporte del producto y a las comunicaciones fluviales, fueron importantes para el éxito de los proyectos caucheros posteriores.

El Gran Putumayo

La aprobación estatal a la explotación privada de terrenos “baldíos” o “de nadie” por medio de la promulgación del Decreto No. 645 de 1900, la consolidación de pequeños centros y colonias, así como de las mejoras en el transporte que redundaron en avances en la comunicación entre el interior y la costa, principalmente la navegación de vapor, hicieron aún más atractiva la zona del Gran Putumayo para esos emprendedores que veían el incremento en la demanda de la goma y de sus precios.

Privilegios exclusivos

Animados por las condiciones favorables del látex en el contexto internacional, y aprovechando las prebendas y concesiones brindadas por el gobierno nacional, las primeras empresas de explotación de caucho se abrieron paso entre los territorios casi desconocidos del sur oriente colombiano, en los años setenta del siglo XIX, como en el caso de la Casa Elías Reyes y Hermanos a la cual se le concedieron “privilegios exclusivos para la explotación durante por lo menos cinco años”, de las selvas del alto Caquetá y Putumayo, inicialmente dedicadas a la producción de quina.

Esta nueva actividad extractiva consolidó la Estación Cauchera de la Concepción, base de extracción del caucho de la zona y de expediciones en busca de nuevos terrenos de explotación.

La Casa Arana

Desde 1886 el peruano Julio César Arana abasteció a los caucheros –siringalistas– de mercancías y herramientas varias a cambio de caucho y, con las dificultades reinantes en el período bélico, comenzó a transportar el producto hacia Iquitos y Manaos.

Un par de años más tarde logró fundar con su cuñado una “barraca” o centro de acopio. La empresa se fue expandiendo y su dueño adquirió dinero, control comercial y el respeto de la sociedad de Iquitos. En 1903 compró la estación La Chorrera y la convirtió en núcleo de operaciones de la empresa que se conoció como la Casa Arana y Hermanos.

Arana, con apoyo del ejército peruano, que se había instalado por orden de su presidente Eduardo López Romaña en el territorio colombiano de Tarapacá –con el afán de legitimar este territorio como peruano–, comenzó a impedir el paso de los barcos colombianos por el río Putumayo, así como a desplazar a otros caucheros y colonos, despojándolos de sus tierras y barracas. Entonces Julio César Arana dejó de ser intermediario del preciado látex, para convertirse en dueño y señor de la empresa cauchera más importante de todos los tiempos en el gran Putumayo.

La empresa operaba desde dos grandes centros, La Chorrera y El Encanto. La Chorrera era el centro de acopio de los barracones ubicados por el río Cahuinarí e Igaraparaná, mientras que El Encanto recibía el producto de las zonas cercanas al río Caraparaná.

Organización interna

Se instituyeron complejas redes organizacionales al interior de la compañía, las cuales estaban basadas en lo que podemos considerar la unidad básica de la empresa: los barracones . Estos funcionaban casi todos de la misma forma: poseían un capitán que dirigía las actividades y que se relacionaba directamente con el centro de acopio principal; él debía transportar la goma recogida cada quince o veinte días; cumplir con estas entregas era lo que le permitía continuar abasteciéndose de las mercancías que se le adelantaban, así como de sus otros privilegios de patrón –consumos de lujo, concubinas y sirvientes, entre otros–.

Dentro de estas unidades también se encontraban los “muchachos de servicio” que eran jóvenes indígenas que habían sido educados por los capataces desde pequeños, les servían de traductores y tenían algún poder ante los demás indígenas que eran simples recolectores. Hacían parte fundamental de la red los siringueros o recolectores que ya para esta época eran miles, los cuales estaban obligados a ubicar, extraer y cargar el látex. Por último –en algunas barracas– habitaban algunas gentes traídas de Barbados que eran principalmente vigilantes o cocineros.

La empresa y el señor Arana llegaron a ser tan reconocidos que en 1907 se cambió la razón social a The Peruvian Amazon Company, la cual ahora tendría accionistas ingleses. Sin embargo, los abusos contra los caucheros colombianos y las torturas, genocidios y todas las atrocidades perpetradas principalmente contra los indígenas por Arana y sus empleados alcanzaron límites inimaginables. En palabras del propio expresidente Rafael Reyes:

Peligro de desaparición

Estas tribus salvajes tienden a desaparecer, aniquiladas por las epidemias, abusadas y sacrificadas por los que hacen la caza y comercio de hombres como en África, y por los negociantes de caucho… los tratantes de hombres penetraban en grandes canoas llamadas botelones en los ríos Putumayo y Caquetá y excitaban a las tribus más fuertes a que hicieran guerra con las más débiles y les compraban los prisioneros, de los cuales conservaban algunos para sacrificar en sus fiestas, dándoles en pago alcohol, tabaco y cuentas de vidrios, espejos y otras baratijas. Después de que los trámites o compradores de indios recibían sus mercancías, embarcaban en los batelones apiñados unos sobre otros como sardinas hombres, mujeres y niños atados con cuerdas de pies y manos, desnudos, devorados por los moscos y sin protección del sol (Reyes, 1986).

Julio César Arana logró monopolizar la producción cauchera gracias a la esclavitud de indígenas, principalmente witotos, andoques, nonuyas y boras en quienes estaba basada la cadena de producción y que, además, al ser una mano de obra “esclavizada”, abundante por demás, permitía obtener un margen de ganancias bastante alto.

Las noticias de los abusos de The Peruvian Amazon Company denunciados por W. Handerburg, y publicadas en el diario londinense Truth en 1907, escandalizaron a los ingleses y a la comunidad internacional. El gobierno británico, a través de la Foreign Office, designó a Sir Roger Casement para realizar una investigación sobre los hechos denunciados por Handerburg el cual, después de su inspección en 1910, en la que fue testigo de las torturas –el cepo y látigo– así como de las mutilaciones, masacres y demás atrocidades, comunicó al gobierno británico que “el sistema de trabajo está basado en el terror” y que, de no tomarse las medidas necesarias, el genocidio haría desaparecer a aquellos indios.

Años más tarde, en 1924, José Eustasio Rivera denunciaría en su novela La vorágine los hechos del Putumayo y la realidad de la vida en las caucherías. Sin embargo, a pesar de todas las denuncias, la Casa Arana permaneció con operaciones hasta ya avanzada la década de los 30. Con la terminación del conflicto colombo-peruano en 1932 la compañía se desplazó, llevando consigo a los indígenas sobrevivientes, dejando tras su paso una estela de agonía y muerte en un terreno ahora silencioso y casi vacío.


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