No me entusiasmaba la idea de hacer una interminable fila para renovar mi pasaporte, así que me dejé tentar por la experiencia de una amiga que hizo este trámite en Popayán en cuestión de minutos.
Contrario a la pesadilla que significa siquiera pasar frente a la oficina de pasaportes de la Gobernación del Valle, en la del Cauca se hace la diligencia sin madrugar, sin filas, sin tramitadores, por $40 mil menos y en una hora.
Dirán que no es lo mismo expedir 850 pasaportes que 180, cantidades que maneja cada gobernación, respectivamente.
Sin embargo, no creo que el tema sea de número de usuarios sino de logística y de recursos para atender la demanda de un servicio.
En el caso del Valle, tenemos un problema estructural y uno coyuntural. En Cali, nunca ha sido fácil sacar el pasaporte.
La oficina es pequeña, los equipos lentos y el personal se quedó poco hace varios años. La situación colapsó con la decisión del Gobierno Nacional de exigir la renovación de los pasaportes en un término fijo sin tener en cuenta si hay la infraestructura necesaria.
Como en el caso del pase el año pasado, lo único que parece importar es la astronómica facturación que genera el cambio de los documentos.
La competitividad es un tema del que hablan los mandatarios. Sin embargo, poco piensan en el impacto que sobre ella tiene la dificultad para realizar trámites, indicador que es considerado en los principales ranqueos mundiales.
El pase y el pasaporte son solo dos ejemplos monumentales del maremágnum que se vuelve cualquier diligencia en nuestro país.
En buena hora la Gobernación del Valle anunció recursos para mejorar su oficina de pasaportes. Sin embargo, son muchos más los trámites que se deben simplificar y mejorar. Bien valdría la pena que se revisara integralmente la ley antitrámites, pues parece no haber tenido ningún impacto.