![Las hojaldras de Manuel Enrique](https://sugov.co/wp-content/uploads/2025/01/Cronica-hojaldras-2-1280x720.jpg)
La de Manuel Enrique es la historia de un colombiano que le pone la “trampa al centavo”. Junto a una estación del MÍO, en Cali, libra la batalla diaria por conseguir lo de su sustento y de la familia.
Manuel Enrique Chauza no es caleño, pero como si lo fuera. Le gusta la salsa y es un fanático del grupo Niche y de Guayacán. Incluso, baila en su pequeño espacio cuando desde el radio de pilas escucha un tema de las dos orquestas. Su canción preferida, “Cuando hablan las miradas”, de Nino Caicedo.
Es el que más vende hojaldras en el acceso del transporte masivo del Parque de las Banderas. La convirtió en su espacio de trabajo hace varios años. Y a punta de hojaldras, no solo se mantiene, sino que les dio estudio a sus hijos. “La harina es muy agradecida. Con este negocito vivo y ayudo a mis hijos y, ahora, hasta le doy estudio a un nieto”
Su jornada comienza a las 4:30 am. A esa hora, emprende el recorrido en una bicicleta vieja, desde Normandía, pero no donde vive la “gente bien” de Cali, sino al lado, donde las casas humildes vencen las leyes de la física y no se van a tierra en los tiempos de fuertes aguaceros o de los esporádicos remezones.
“Llego aquí pasadas las cinco de la mañana. Y en pocos minutos, hojaldras para todo el mundo. Los primeros pasajeros del MIO se llevan dos o tres. Imagínese, aquí es el único chuzo donde desayunan con $3 mil.”, dice con orgullo mientras le da vuelta a su producto en el caldero de gas. “Hay que cuidar que no se quemen. Y cuando el aceite se pone negro, cambiarlo. Los clientes se la pillan.”
Las hojaldras son crujientes, con buen sabor. “Tienen mantequilla. ¿Quién le prepara la masa? ¿Su esposa?”, le digo. Admite que le echan mantequilla. “Se la compro a un proveedor que distribuye por muchos puestos en la ciudad. Mi esposa murió hace tres años. Se fue feliz porque vio a los hijos graduados.”
Como veo que no se deja intimidar por ningún tema, le pregunto cómo ve el país. “¿Petro? Es bueno, pero tiene sus cositas”, responde con una sinceridad demoledora, aplastante. Le respeto su opinión, como debe ser.
Sin que se lo pregunte, me cuenta que su jornada termina a las 10:00 am. “No me queda nada; además, comienza el calor fuerte. Uno fritando hojaldras y ese solazo, no aguanta…” Con lo que deriva de sus ingresos, paga alquiler y atiende las necesidades básicas de la familia.
Aunque porfié con él para que no lo hiciera, me regaló la ñapa. Y no puedo negar que la disfruté hasta la última migaja, porque descubrí la historia de vida que encierra esa masa frita.
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