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NOSOTROSCONTACTO 29 Mar, 2025

María Teresa Arizabaleta: la mujer que logró el voto femenino en Colombia

María Teresa Arizabaleta
Me llamaba Policarpa Arizabaleta; era una mujer brillante. Un sicario la mató en su casa de La Calera (1998), ya estaba retirada de la vida política. Me dolió con dolor físico, me dolía el pecho, me enfermé con toda esa tragedia.”, confiesa la entrevistada.

Por Diego León Giraldo | Publicado originalmente en la Revista Boca


María Teresa Arizabaleta es la única sobreviviente de las diez mujeres que lideraron la obtención del derecho al voto femenino en Colombia, hace setenta años. Fue la primera madre estudiante en la Universidad del Valle, una de las primeras arquitectas del país y la primera profesora de matemáticas de ese claustro; fue creadora de las comisarías de familia, senadora, primera candidata a la alcaldía de Cali, la primera directora de Planeación Municipal, y en 90 años nunca se amilanó ante los insultos, los escupitajos y los golpes por atreverse a pensar y a alzar la voz. Esta es su entrevista en Revista BOCAS.

María Teresa Arizabaleta tiene unos ojos pizpiretos y la sonrisa amplia y generosa de las mujeres sabias. “¿Una jerveza?” —pregunta con la jota marcada—, y señala el retrato de su mugroso, su negro, el camarada, como cariñosamente también le decía a Daniel García para hacerlo rabiar. Es lo primero que ve al levantarse y el último guiño amoroso antes de dormir. Lo conoció cuando ella tenía siete y él ocho. Era el hijo del fotógrafo que llevó los contactos para que escogieran las imágenes de su primera comunión que iban a mandar a ampliar. “Es el niño con los ojos más tristes que he visto”, le dijo a su mamá, María Helena Calderón Núñez, pariente del expresidente Rafael Núñez.
Mientras camina por su casona en el oeste de Cali, se alcanza a sentir la humedad salitre que se cuela desde el Pacífico. Los vientos de la cordillera sofocan el calor anestesiante. A sus noventa años los recuerdos se desgranan en relatos minuciosos con un marcado acento vallecaucano que vosea, une palabras y reemplaza muchas eses por jotas.
Rabia, curiosidad y amor siguen marcando su ruta. Es la última sobreviviente de las diez sufragistas, adelantadas a su tiempo que expusieron sus vidas y lograron que hace setenta años se aprobara el voto de las mujeres en Colombia.
Revista Bocas

María Teresa Arizabaleta fue senadora y la primera mujer candidata a la alcaldía de Cali. Foto:Alfredo Camacho / Revista BOCAS

Era una niña de doce cuando escuchó a Esmeralda Arboleda hablar de derechos políticos femeninos. La curiosidad le permitió entender lo que pregonaban esas mujeres mucho mayores, entre las que estaban algunas de las primeras profesionales del país. ‘Políticos con faldas’, dijeron.
Josefina Valencia de Hubach, Lucila Rubio, la ex primera dama Bertha Hernández de Ospina, Ofelia Uribe de Acosta, Rosita Turizo, Mercedes Abadía, María Currea y Margarita Córdoba de Solórzano fueron las otras “machorras, faltas de macho, comunistas, feas, solteronas” y tantos calificativos peyorativos con los que las insultaban mientras las escupían por atreverse a pensar y reclamar. “Yo era del ejército de Esmeralda”, apunta.
En agosto del año pasado, el Congreso aprobó el Proyecto de Ley para rendirles honores. En noviembre se estrenó Estimados señores, la película de Patricia Castañeda que relata su gesta. María Teresa no la ha visto, por eso de la pobre programación del cine nacional en las salas.
El 25 de agosto de 1954, durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, se logró, por fin, la aprobación del voto femenino. Colombia estaba rezagada incluso en el mapa latinoamericano. Ya para entonces Uruguay (1927), Ecuador (1929), Brasil (1932), Cuba (1934), El Salvador (1938), Venezuela (1946), Argentina (1947), Chile (1949) y México (1953) habían otorgado el derecho.
Han Kang

Han Kang, premio nobel de literatura, es la nueva portada de la revista BOCAS. Foto:Getty

Tres años después se realizó la primera elección en que participaron las colombianas, durante el plebiscito para instaurar el Frente Nacional, que turnaría el poder entre rojos y azules como medida para acabar la violencia bipartidista. Ese día, de los 4.397.090 votos, se contaron 1.835.255 de mujeres.
La furia le viene desde pequeña, como cuando se enteró de que una de las criadas de su casa era una prima no reconocida, fruto de una violación cometida por un familiar; también cuando se negó a apartarse de la vecinita que con poco más de diez años fue embarazada por el odontólogo del barrio, o cuando algunos trataron de impedirle que se juntara con las hijas de los obreros de la hacienda familiar.

Mi abuelo era muy rico y su hacienda se llamaba La Concordia. La casa es igualita a la de El Paraíso. En el sótano había cadenas y cepos donde me imagino que tuvieron esclavos. ¡Una infamia! 

María Teresa Arizabaleta
María Teresa fue la primera política de su casa, la primera mujer madre estudiante en la Universidad del Valle, una de las primeras arquitectas, primera profesora de matemáticas y miembro del Centro de Estudios de Género de ese claustro. También, una de las fundadoras de la Unión de Ciudadanas de Colombia, creadora de las comisarías de familia en el país, senadora, primera candidata a la alcaldía de Cali y primera directora de Planeación Municipal, donde creó la planeación participativa, para que los ciudadanos pudieran ser parte de la formulación de proyectos. Escribió el libro La mujer despierta, tuvo su programa en radio Mujeres rompiendo el silencio, se inventó Ruta Pacífica, donde todos los martes imparten charlas sobre derechos a las mujeres, y sueña con la creación de la Universidad Política de la Mujer, que permita cerrar brechas que aún persisten. De todos, el título que más la enorgullece es el de feminista.
Su hermano Jaime —único vivo de los otros cinco— fue gobernador del Valle, y su sobrino Jaime Arizabaleta Fajardo es un furibundo influencer antipetrista. Tuvo cuatro hijos con Daniel, todos arquitectos. El dolor le inunda los ojos cuando piensa en el menor, Daniel Andrés, que dirigió Coldeportes e Invías, es testigo del caso Odebrecht y está residenciado en Miami tras la inhabilidad que dictó la Procuraduría por irregularidades durante el ejercicio de sus cargos.
La melancolía le viene de golpe e invade cada dos de cinco frases que lanza. Extraña a Daniel, su único amor, el hombre al que celaba en exceso, repudiado por parte de su familia por su origen humilde, con el que se casó a los 19 y al que hace cinco años vio partir. Él conservador y ella liberal de izquierda, nunca pelearon por política: “Los pensamientos ideológicos no tenían que ver con el amor, lo amaba a pesar de ser un godo retrógrado espantoso”.
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En su momento les decían “machorras, faltas de macho, comunistas, feas, solteronas”. Foto:Alfredo Camacho / Revista BOCAS

La maestra Matilde González fue otra potente influencia. Después de que la Iglesia la obligó a cerrar el colegio mixto que había abierto en Roldanillo, en Cali fundó el Gimnasio Femenino del Valle, uno de los poquísimos colegios mixtos del país que, escudado en ese nombre que anunciaba solo para mujeres, burlaba la férrea oposición clerical que amenazaba con excomunión a las familias que metieran a sus hijas a compartir espacios escolares con hombres.
Allí estudió María Teresa y, desde que se conocieron, Daniel la enamoró durante ochos años en los que cada tarde la esperaba a la salida, le cargaba los útiles y la dejaba en la esquina porque su papá era fregadísimo. “Cuando comenzamos a andar, mi familia lo llamaba ‘el hijo del fotógrafo’, como si eso fuera un insulto. Quería hacer carrera militar y me opuse, pues no me gustan las armas. El hijo del fotógrafo resultó regio para hacer plata siendo arquitecto también”.
Su abuelo paterno fue un ingeniero vasco que trabajó en la construcción de la Vía al Mar y se enamoró de una indígena, Justina, que habitaba en las montañas aledañas. “Esa mujercita, ignorante, que no sabía leer ni escribir, vendió verduras y vestidos que cosía para sostener a su marido y sus hijos, cuando él quedó inválido por bañarse acalorado después de llegar de trabajar. Heredé sus rasgos indígenas y carácter”.
¿Qué recuerda de sus primeros años?
Nací frente al parque del barrio El Peñón. Me parecía grandísimo porque siempre salía a jugar ahí. Hoy que paso me da risa pues es diminuto. Diagonal funcionó el Colegio de la Sagrada Familia, un edificio histórico que se lo están tirando. Le han hecho unas remodelaciones horribles.
¿Y de los paseos a la hacienda panelera?
Era de mi abuelo materno, Pedro Calderón. Estaba casado con Helena Núñez, prima del expresidente Rafael Núñez. Mi abuelo era muy rico. La hacienda se llama La Concordia, en Pradera, que por tanto lío cuando él murió le decíamos ‘La Concordia de la discordia de los Calderón’. La casa es igualita a la de El Paraíso. En el sótano había cadenas y cepos donde me imagino que tuvieron esclavos. ¡Una infamia! Cuando me llevaban, me ponía a jugar con las hijas de los corteros de caña.
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María Teresa dice que, de niña, vivía castigada por su rebeldía. Foto:Alfredo Camacho / Revista BOCAS

¿Se lo permitía su familia?
A mi abuelita le parecía terrible que una niñita de la familia de Rafael Núñez, que parece que era como el colmo de la elegancia, se juntara con las hijas de los trabajadores, como si yo fuera de la nalga de Dios. Yo no sentía placer en hablar con la gente de mi familia, eran insípidos, jartos. Mientras esas muchachitas eran una fantasía y me querían. Además, nunca obedecí, viví castigada toda la vida, en el colegio y en la casa.
¿Cómo la castigaban?
No me dejaban hablar y eso era lo peor, quedarme callada. Decían que tenía el don de la palabra. Declamaba en las reuniones familiares. En el colegio, me sentaba en algún sitio y alrededor se hacían mis compañeritas para oírme. No tengo idea de qué decía, pero atraía a la gente.
¿Por qué le gustaba refugiarse en el sótano?
Había un chifonier de dos puerticas, con candado, donde mi papá guardaba los libros prohibidos. Nos levantaban a las cuatro de la mañana a estudiar, pero mi hermano Hernán y yo nos despertábamos a las tres para leer esos libros. Yo leía y leía y no entendía ni papa. ¡Imagínate, yo tan pequeña leyendo a Nietzsche! También había libros de Alejandro Dumas, poemas de Bécquer. Recuerdo Las canciones de Bilitis (de Pierre Louÿs) y Madame Bovary, de Flaubert, que hablaba de una señora que tenía amantes. Era una historia escandalosa, porque en esa época las señoras no tenían amantes, o al menos eso era lo que yo creía.
¿Cómo era la moralidad con una mamá presidenta de la Asociación de Madres Católicas?
¡Horrible! Eran muy puritanos. El mayor pecado de mi mamá era ser una fumadora impresionante, fumaba Pielroja, y eso no era bien visto. Era muy delicada, culta, la antítesis de lo que soy yo. Le dio un ataque cuando pedí overoles, para treparme a los árboles como hacían mis hermanos.
¿Difícil ser única mujer con cinco hermanos?
Era muy consentida por mi papá. El me llamaba ‘la Líder’. Me enseñó a leer a los tres años. Decía que iba a manejar masas. Quise estudiar derecho, pero en Cali no había facultad, sino en Bogotá. No me dejaron irme porque el mugroso estaba allá. Claro que me hubiera ido a vivir con él. Por eso me metí a arquitectura en la Universidad del Valle y él me siguió luego.
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“No hubo un solo día en que no pensara en la liberación de la mujer”. Foto:Alfredo Camacho / Revista BOCAS

¿Cuál fue uno de sus primeros actos justicieros?
En mi casa había una niña muy bonita, Ligia, que era cocinera. Una vez estaban fumando en la sala y oí que mi tía decía que ella era una bastarda. Era hija ilegítima de mi tío abuelo, el juez Manuel Jota Núñez. Él atendió el caso de una señora a la que habían violado y terminó violándola también. Ahí nació Ligia, pero la puso de sirvienta, como decían en esos tiempos. Creo que les dolía más que la muchachita fuera bella, rubia y ojiclara, muy distinta a los hijos del matrimonio.
¿Qué hizo?
Tenía diecisiete y Daniel me fue a visitar; mi tío, que por su aporofobia lo detestaba, dijo como gran cosa que estaba presentando a mi mozo. Lo confronté y le pregunté con qué derecho se atrevía a decir eso si él era el papá de Ligia y la tenía de cocinera. Casi me matan. Mi mamá, apenada pues le echaban en cara por qué me habían contado eso, sin saber que lo había escuchado a escondidas.
¿Cuál fue la reacción de su papá?
Me apoyó y le dijo a mi mamá: “Se fija que esta niña sí es Núñez”, porque tenía el valor de enfrentarlo. Ligia se casó mejor que cualquiera de las hijas legítimas.
¿A qué se dedicaba?
Vendía pólvora que hacían en Bucaramanga. Se llamaba Juan Demetrio. ¡Cultísimo! Era masón grado 33 Gran Maestro, no sé qué significaba eso, solo que era muy importante; tanto que cuando murió, durante la misa católica, los masones hicieron su ritual.
¿Eran como justos sus papás?
Incluso mi mamá; cuando nos fuimos a vivir al barrio San Antonio, tenía una compañerita de colegio que se llamaba Lucero. Fue violada por el odontólogo y quedó embarazada. A las demás les prohibieron juntarse con ella. Sé que algunos vecinos llegaron a decir que no me dejaran jugar a las muñecas con esa niña porque era una pervertida. Nunca me lo impidieron. La presión fue tan grande que se fueron del barrio. Hoy, que soy una vieja, creo que la pobre ni siquiera sabía en ese momento qué le había pasado. Ese hombre siguió siendo el odontólogo sin recibir repudio ni reclamos.
¿Cómo era en el colegio?
Teníamos un profesor cubano de química, llamado Díaz Colón. Le reclamé por qué solo a los hombres les ponían los ejercicios difíciles y a nosotras los fáciles. Su respuesta fue peor de lo que esperaba: “Porque ellos van a sostener a las familias”. Armé una revolución en rectoría con mis compañeras y logramos que los profesores de matemáticas, ciencias y español nos dieran clases especiales para nivelarnos con los hombres.
¿Por qué intentaron expulsarla?
Varias veces. Después de una fiesta en mi casa me llevé un cuncho de whisky para el colegio. Ese día hubo una misa, oficiada por un obispo. Cuando terminó, me metí con mis amigas a la capilla. Me puse la mitra e imitando la comunión les estaba dando el trago a todas cuando entró el padre y nos pilló. Fue un escándalo, dijeron que era un sacrilegio, me iban a expulsar por profanación y hablaron de excomunión. Mi mamá, que siempre temía lo peor cuando la llamaban, fue, lloró y solo me suspendieron.
¿Cómo llegó a la lucha por los derechos electorales para las mujeres?
Tenía como doce años y me sacaron del salón. Me pusieron junto a una ventana. Por ahí vi a la señorita Matilde con otra mujer y un señor. Estaban hablando del derecho al voto para las mujeres. Luego supe que eran Esmeralda Arboleda y Alberto Lleras Camargo. Me di cuenta de que tenían reunión todos los viernes y me planté al lado de la misma ventana. Había más mujeres. Cuando salió la señorita Matilde me preguntó por qué me habían castigado esta vez. Le dije que no era eso, que quería oír, que por favor me dejara entrar: “Pero, mija, eso es una cosa de adultos y usted es una niña”. “Le prometo que no hablo, solo oigo”.
¿Qué le gustó?
Oír a Esmeralda me produjo mucha admiración. Era una mujer grande, me llevaba 13 años. Su mamá, Rosita, tenía una floristería frente al colegio. A los días me enteré de que venía y pedí permiso con la excusa de ir a comprar flores. ¡Era imponente! Me preguntó si me gustaban las flores y yo le dije que sí, pero que más me gustaba oírla. Le sorprendió que le repetí todo lo que decían en las reuniones. A partir de ese momento me comenzó a llevar los fines de semana de viaje por todo el país para hablar en reuniones y asambleas.
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“Esta muchacha Vicky Dávila me parece que es muy lanzada”. Foto:Alfredo Camacho / Revista BOCAS

¿Cómo financiaban los viajes?
Aunque mi papá era un hombre pobre a morir, él y la señorita Matilde pagaron mis viajes aéreos. No tenía sábados ni domingos. Fui a Popayán, Medellín, Bucaramanga, Cúcuta, Bogotá, Pereira, Barranquilla… a hablar sobre el voto. También recorríamos los barrios de Cali hablando de la igualdad en la educación. Entendí que las mujeres teníamos derecho y que no éramos inferiores. Más grande, cuando Esmeralda y Josefina iban al Congreso para sumar respaldos, el resto buscábamos maneras de reunir fondos y recogíamos firmas. En 1953, aprovechando un bazar de los jesuitas en el que estaba mi mamá, me inventé la rifa de una marrana. Un familiar me vio, les contó a mis papás y esa noche me hicieron ir de casa en casa para devolver la plata. Ninguno la recibió, pues dijeron que estaban de acuerdo con la causa.
Se hizo muy amiga de Esmeralda…
Pese a la diferencia de edad. Aunque el trabajo de todas fue muy importante, si a alguien le debemos algo es a Esmeralda. Quisiera ser la mitad de lo que fue ella. Casi le matan al hijo. Estando en su casa, en Bogotá, tiraron una piedra y cayó muy cerca de la cuna donde estaba el niño. Entonces tomó la decisión de irse del país —a Boston—. Sentí que me moría, porque sin ella me veía como un cero a la izquierda. Mi familia tiene que entender que si yo he sido algo en este país, se lo debo a mi papá, a la señorita Matilde y a Esmeralda.
¿Cómo fue ese día de la aprobación del voto?
Después de mucho luchar y hacer marchas y manifestaciones, de hablar con congresistas, de tratar de convencer a Rojas Pinilla, de que nos insultaran, escupieran y golpearan en las calles, permitieron que Esmeralda y Josefina participaran en la Asamblea Nacional Constituyente de 1954. Yo estaba en Cali con mi familia, pendiente de las noticias. Esmeralda me llamaba por teléfono en los descansos de las sesiones para contarme cuántos votos teníamos. Necesitábamos sesenta. Los opositores se iban saliendo, tratando de evitar que lo lográramos. Fue angustioso, pues cada vez se iban mermando las posibilidades. De pronto gritó: “¡Lo aprobaron!”. Salté como loca, tiré el teléfono, mi papá, mi mamá y Daniel me abrazaban felices.
Pasaron tres años antes de las elecciones, ¿cómo fue ese primero de diciembre de 1957?
Era el plebiscito de Sí o No para la instauración del Frente Nacional, como forma de acabar con la violencia bipartidista. No pude dormir y no veía aclarar. Me levanté a las cuatro de la mañana. Fui a votar con mis papás y Daniel. Mi mamá iba elegantísima, con una piel de zorro en el cuello. Todas las señoras se habían puesto sus mejores vestidos y sombreros. Salimos a primera hora, en un jeep que teníamos. Por una ventana yo ondeaba la bandera roja y por la otra Daniel batía la bandera azul. No habían abierto el puesto y nos tocó esperar hasta después de las ocho de la mañana.
Estando en la universidad quedó embarazada…
Cuando ya se me veía la barriguita, la secretaria general me preguntó si no me daba pena ir a la universidad así. “¿Cómo?”. “Pues embarazada”. Yo no sabía que a uno tenía que darle pena estudiar embarazada. Luego me mandó a llamar el rector, Mario Carvajal. Pensé que me iba a echar. Me abrazó porque yo había abierto las puertas de la universidad a la mujer madre.
¿Cómo así que hizo llorar a la esposa del presidente Carlos Lleras Restrepo?
Él propuso el servicio social obligatorio para las mujeres (finales de los 60), así como los hombres debían pagar servicio militar. Nos opusimos porque ¿qué más servicio social que criar y educar a nuestros hijos?, ¿qué más que haber parido a toda esta humanidad, algo que no pueden hacer los hombres? Sabía que en el Country Club de Bogotá estaba el presidente. Me encontré a la primera dama, Cecilia de la Fuente, y le reclamé pidiendo que se opusiera a ese esperpento. Ella terminó llorando.
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“Los hombres están muy jodidos todavía”. Foto:Alfredo Camacho / Revista BOCAS

¿Se ganó la animadversión del presidente?
Fíjate que no. Luego creó una comisión de arquitectos e ingenieros para viajar y analizar proyectos en Europa. Dijo que quería que buscaran a la señora que había hecho llorar a su esposa. Nos iban a pagar como treinta dólares por cada acta. Dije que no me pagaran nada, que me presentaran a las feministas más importantes de cada país. Conocí mujeres maravillosas en Madrid, París, Roma. Eran las feministas más importantes del mundo. De allá traje la idea de las comisarías de familia y escuché sobre la aprobación del aborto.
Siendo tan católica, ¿cómo conciliaba esa idea del aborto?
Ni más faltaba que yo fuese a tener un hijo fruto de una violación. No estaba de acuerdo con eso de quedar preñada de un bandido que me hubiera cogido a la fuerza, ¡No, mijo! Abortaba y seguía comulgando.

Esta muchacha Vicky Dávila me parece que es muy lanzada y se lo merece, pero le falta peso en la cola. Ojalá le vaya bien. A Francia (Márquez) la valoro y me parece importante. Paloma (Valencia) es inteligente, aunque es goda. María Fernanda, honradamente me cae como gorda, puedo estar equivocada, pero no me parece tan inteligente como Paloma. He estado en reuniones con ella y no me gusta. María José Pizarro es echada pa’lante, aunque no sé si en realidad me gusta por su papá; pero sí la prefiero sobre Claudia López.

María Teresa Arizabaleta
¿Por qué se opuso a la continuidad del Frente Nacional?
El Frente Nacional fue el primer proceso de paz que hubo en Colombia. Pero después, cuando en 1973 quisieron prolongarlo otros 16 años, eso no nos gustó, pues no daba cabida a otras maneras de pensar que no fueran liberales o conservadoras. ¿Qué pasaba con la gente de izquierda que no iba a tener oportunidad? Pedí prestados 500 pesos y me fui a Bogotá. Llegamos como veinte al Congreso. Se armó la pelotera, me dieron puños, me golpearon con una silla y caí al suelo, veía a la gente pasar por encima. Terminé en el hospital, pero ya estábamos acostumbradas y teníamos que ser valientes.
Fue muy amiga de María Arango, líder del Partido Comunista…
Me llamaba Policarpa Arizabaleta; era una mujer brillante. Un sicario la mató en su casa de La Calera (1998), ya estaba retirada de la vida política. Me dolió con dolor físico, me dolía el pecho, me enfermé con toda esa tragedia.
También de Piedad Córdoba…
Fuimos íntimas. Esa —señala— es la pieza donde dormía cuando venía. Le aprendí mucho. Si fui al Congreso, fue por ella. Allá conocí, por ejemplo, a (Germán) Vargas Lleras; antipático pero inteligentísimo, de los más brillantes que he visto. Tiene el país en la cabeza.
¿Cómo la ha afectado la inhabilidad de Daniel Andrés?
(Segundos de silencio…) Que pregunta tan trabajosa. Me ha afectado… porque yo sé que a él como a mí nos encanta la política. Es la vida de nosotros. Pienso mucho en mi hijo y no veo la hora de que todo pase. Vamos a ver… ¡Que Dios nos ayude!
¿Qué les dice a las mujeres de hoy?
Me da rabia la apatía, porque conseguir nuestros derechos costó mucha sangre. Es el colmo que una lucha tan grande, donde tantas mujeres entregaron la vida, desde los tiempos de Policarpa Salavarrieta, pareciera que no les importara y se echan con las petacas. Tienen que votar, por el o la que consideren, pensando en Colombia y en el futuro de sus hijos.
¿Qué le falta lograr?
Estar con todos mis hijos juntos y morir con ellos, que estén a mi lado en ese paso que debe ser verracamente difícil.
¿Qué siente al ver que se han ido muriendo esas amigas con las que luchó codo a codo?
Mucho dolor. La muerte de Esmeralda fue horrible, porque todavía falta mucho por trabajar. Necesito que las mujeres se sientan orgullosas de ser mujeres, de hacer patria, de su gente. Colombia es un país sensacional y de gente regia. No podemos ser humildes ante todo lo que hemos hecho por la patria.
¿Qué es ser feminista hoy?
Respetar a la mujer, sentir que ella es capaz de hacer cualquier cosa a favor del país, de sacar la patria adelante. Si Colombia es Colombia, se debe a hombres y mujeres, no solo a ellos.
¿Si está preparado el país para una mujer presidente?
Los hombres están muy jodidos todavía, son muy cobardes y no son capaces de ver el empoderamiento de la mujer. Algunos hacen lo posible, pero se sigue notando el patriarcado. Quieren seguir mangoneando, manejando el dinero, a las mujeres y a los hijos.
¿Cuál es su legado?
Mi lucha. No hubo un solo día de mi vida en que no pensara en la liberación de la mujer, una Colombia libre manejada por hombres y mujeres.
¿Ha pensado en jubilarse?

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