
En el Cauca hay un evidente auge de la acción insurgente como expresión de un nuevo ciclo de violencia y de una guerra prolongada que tiende a mantenerse en el tiempo y en el entramado social, involucrando comunidades indígenas, cocaleros, campesinos y población afrodescendiente.
Por Nepomuceno Marín
En los tres primeros meses del año en curso varios eventos cargados de violencia han estremecido a Colombia, particularmente en regiones lejanas a la capital del país y en espacios periféricos del sistema social dominante.
Ayer 26 de marzo, en el municipio caucano de Corinto, con mas de 31 mil habitantes y una considerable población indígena, campesina y afrodescendiente, exploto un carro bomba frente a la Alcaldía municipal y a la estación de policía local con un saldo de 28 personas heridas, en su gran mayoría funcionarios públicos, y con 5 personas en estado crítico.
En el mismo día fue secuestrado, en un lugar cercano, un funcionario de la Fiscalía y su cuerpo de investigaciones judiciales, mientras en el municipio de Argelia, mas al sur del departamento, fue ultimado un soldado de la contraguerrilla por un francotirador de la columna Jaime Martínez del Comando Coordinador de Occidente de las Farc EP.
Los anteriores eventos se suman a otros que se han presentado en semanas recientes en esta region colombiana golpeada por la pobreza, la corrupción y la descomposición social y politica de los clanes que tienen secuestrado el Estado, el gobierno departamental y las administraciones de los 42 municipios.
En el Cauca hay un evidente auge de la acción insurgente como expresión de un nuevo ciclo de violencia y de una guerra prolongada que tiende a mantenerse en el tiempo y en el entramado social, involucrando comunidades indígenas, cocaleros, campesinos y población afrodescendiente.
La guerra en el Cauca esta urgida de acciones humanitarias que permitan frenar la ola de violencia.