En mi época de tirapiedra en las marchas que organizábamos los estudiantes del Colegio “Eustaquio Palacios”, tuve mi primer acercamiento a la izquierda. Me apasionaron los postulados de igualdad, de respeto a la opinión ajena, a la eliminación de la enorme brecha que separa a los ricos de los pobres, al convencimiento de que sí se podía redistribuir el ingreso de un país para que todos viviéramos en equidad.
En ese convencimiento milité en una organización hoy desmovilizada. Gracias a esa convicción me gané dos allanamientos con visos de arbitrariedad que incluyó carcelazos breves, y tres reseñas en lo que por aquel entonces era el F-2. Fue una época aciaga que le produjo a mi padre una enfermedad nerviosa que arrastra aún a sus 72 años, ya que él siempre vivió bajo el temor de que en cualquier momento me mataran por mis actividades. Pero lo soporté bajo el ideario de un país diferente. Convicción que nos lleva a avanzar sin medir consecuencias. Convicción de igualdad, de consideración al otro, de respeto a sus derechos fundamentales.
Leí a Marx, Lenin, Engels, algunos escritos de Troski y dos tomos viejos del ideario de Mao Ts Tung que conservé hasta hace poco. Pero igual, compartí lecturas de Camilo Torres Restrepo, Leonardo Boff, Elder Cámara, Casáldiga, monseñor Romero y otros pensadores afines a la teología de la liberación que es la línea con la que siempre me he identificado, porque sin dejar de ser de izquierda no niega a Dios.
Y al hacer la sumatoria de todas esas exploraciones a una ideología de oposición, no recuerdo haber encontrado nada que justifique la salvajada del Presidente Maduro, que maneja un discurso amañado con el propósito de seguir promoviendo la expulsión de colombianos de territorio venezolano.
Bien decían por ahí: “Si deseas conocer el corazón de alguien, dale poder… ” Y el mandatario del vecino país, que en mi criterio no es de izquierda sino que profesa un pensamiento medio hitleriano, facista, brilló el cobre de cara a unas elecciones en las que espera mostrarse ante el pueblo como un “hombre fuerte“. Y en esa acometida convirtió a los colombianos en chivos expiatorios.
Sobre esa base, éstas líneas las escribe alguien que no fue un “revolucionario de chapola, de escritorio, de pancarta o de discurso“. Creo que como hombre de izquierda –pero ante todo como colombiano–, tengo la autoridad moral para señalar a Maduro como un troglodita que le está causando mucho daño a la izquierda, al menos a la izquierda real en la que he creído desde mis años en la secundaria.
Si no es así, ¿cómo se explica que otros Presidentes de oposición y movimientos izquierdistas, hagan guardado silencio ante el accionar de Maduro? Porque no se quieren “meter en el baile“; porque saben que es una locura inhumana expulsar colombianos, tildándolos de paracos y contrabandistas cuando no hay pruebas que lo demuestren.
Pero algo más: Lo que me animó a escribir esta nota, un sábado soleado mientras disfruto de libros, periódicos y revistas que como siempre inundan mi escritorio, es por la sorpresa que me despiertan buen número de líderes sindicales y de izquierda que están justificando a Maduro y lo equiparan con una víctima. Que esgriman argumentos traídos de los cabellos me lleva a pensar que cerraron sus ojos a la realidad y dejaron de lado todo asomo de sensatez y de sana autocrítica.
Y concluyo con la última frase que digo sobre el tema: Un colombiano que justifica las acciones arbitrarias de Maduro contra nuestros compatriotas… es por encima de cualquier cosa, un apátrida…