Cada día al encender el televisor nos encontramos con un nuevo escándalo. Por eso el país se encuentra estancado.
Colombia no ha salido de un escándalo cuando ya se encuentra inmerso en otro.
Como en un pueblo pequeño donde todavía se comenta del viejo camión de don Facundo que se quemó inexplicablemente y en cuestión de horas, ya se habla de que el alcalde se le apareció a la esposa con un hijo ilegítimo, a quien quiere llevar a casa. “Debe estudiar”, argumenta, mientras la esposa le arroja la ropa desde el segundo piso, ante infinidad de curiosos que no quieren perder detalle.
Y, antes del mediodía, se comenta en las esquinas y en el parquecito, que a Doris la sorprendió el marido con el lechero. Que el hombre se devolvió del trabajo porque se le quedó la peinilla y cuando los encontró en tremenda y apasionada batalla amorosa, los agarró a plan, con la misma herramienta que terminó siendo la causa para que los descubrieran.
Así nos encontramos en el país. Escándalo tras escándalo. Uno más truculento que otro. Y por la magia del voz a voz, los hechos terminan dimensionándose de tal manera, que al preguntarle a quien lustra el calzado en la plaza de Cayzedo de Cali, nos da una versión distinta de los últimos hechos que aparecieron en el periódico o el noticiario de televisión. Cada quien le añade un poquito de pimienta al comentario.
Tan ingeniosa cada versión que, si se le pidiera a un parroquiano explicar el cuento de Caperucita Roja, del autor francés, Charles Perrault, diría que la abuelita acabó con el lobo a garrote, desesperada porque la nieta no traía nada para comer y que, en el colmo de su irracionalidad, se comió al animal en estofado con papas fritas.
Ahora nos encontramos con las nuevas revelaciones sobre la corrupción en la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (UNGRD) Y concluimos que tanto a Samper como a Petro, se les fue el gobierno saliendo en defensa de su gestión. Lamentable.
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