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A la pobreza que enfrentan centenares de familias en el jarillón del río Cauca, se suma el anuncio de su traslado a otro lugar. Temen que, finalmente, los boten a la calle. |
En el jarillón del río Cauca más de siete mil familias están bajo presión para que acepten la reubicación. Para muchos de sus habitantes, es un verdadero drama.”
Por Fernando Alexis Jiménez
Para Luis Javier y Luz Elena, el jarillón del río Cauca lo es todo. Es parte de sus vidas. Allí crecieron, se conocieron, se enamoraron, tuvieron tres hijos y, por último, se apropiaron de un pedazo muy pequeño de tierra para construir un cajón que sirve de habitación, cocina, sala, comedor y cuarto de baño.
La pareja que raya en los 35 años, forma parte de las casi 7.000 familias que faltan por reubicar.
“Si nos sacan de aquí, ¿para dónde vamos a ir? Lo más seguro es que nos reubican en una casa o un apartamento que debemos pagar. Aquí no tenemos cuotas, es nuestro, es gratis.”, me dijo el hombre la tarde de sábado que hablé con él. Se gana la vida recogiendo materiales de reciclaje. Sobrevive con los suyos.
Su calvario comenzó en el 2010, cuando se escuchó la noticia de su traslado a un sitio seguro. Él creyó que su mujer había escuchado mal, pero en una de las tiendas del sector se lo confirmaron, y otro más que iba con él a vender cartón, papel, aluminio y cobre. “Ya pronto nos iremos”, le dijo con ilusión. Luis Javier lo aterrizó: “Bajáte de esa nube. Nos van a botar, que es diferente.” No pudieron ponerse de acuerdo.
Sus únicas propiedades, además del rancho, son un televisor y una grabadora de esas que ya no se ven, de las viejas, y que de llegarse a dañar lo más probable es que no le conseguirán los repuestos. Lo poco que consiguen tiene una destinación específica: la manutención de la familia y pagar el estudio de sus hijos.
“Sinceramente no sé qué va a ser de nosotros”, reconoce Luz Elena, que dos veces por semana trabaja en casas de familia. Lo más crítico es dejar sus hijos pequeños encerrados en la pieza. “Como en todas partes, acá hay gente mala y temo por los muchachitos, pero qué le vamos a hacer; toca ganar platica en otra parte”.
Los dos ya perdieron la cuenta de las veces en que han visto el río Cauca a punto de desbordarse, e incluso, en una amplia zona experimentaron la cruda realidad que representa una inundación.
“Los niños estaban felices. Se metían en los charcos, nadaban en las partecitas más profundas. Para ellos era una fiesta, para nosotros una desgracia. El agua nos hacía recordar que en cualquier momento podría cubrir las casas, todo y a todos.”, se lamenta Luz Elena mientras su marido, Luis Javier, hace gestos de que es muy exagerada.
“Comprendo los miedos de mi mujer; yo preferiría que nos quedáramos en el Jarillón”, argumenta, convencido que irse a otro lugar les traería problemas.
Sábado rayando las seis de la tarde. Hora de partir. Hablar con ellos fue interesante. El cafecito tinto, sabroso. Esta es la otra Cali.
Voy de nuevo a casa, ellos se quedan viviendo el drama de ser parte de las millares de familias a las que quieren retirar del Jarillón del río Cauca.
Para el Alcalde, una obligación; para ellos, el inicio de un nuevo drama porque no saben adónde los llevarán ni cómo pagarán la casa o el apartamento o lo que sea que les entreguen.
Tomado de la Serie Relatos desde la Miseria, escrita por Fernando Alexis Jiménez.
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Un grupo de destechados del jarillón del río Cauca se tomaron pacíficamente La Ermita en el 2014, protestando por la reubicación. |
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