El congelamiento de los recursos que se habían asignado a la Justicia Especial para la Paz (JEP) resulta más que preocupante.
Las diferencias surgidas entre Colombia y Estados Unidos a raíz de la deportación de decenas de connacionales, va para largo. El presidente Petro hizo una reclamación a la que respondió Trump señalando que le estaba enviando “narcos y pandilleros”. Y aun cuando muchos alcanzaron a persignarse pensando que llegarían los modernos émulos de Pablo Escobar, de los Gacha o de los Rodríguez Orejuela, lo cierto es que los repatriados no tenían antecedentes.
No eran criminales, sino colombianos que se fueron en busca del “sueño americano”, igual que lo hacen quienes emigran a Chile, España y la reciente ola de los que salieron con rumbo a Polonia, detrás de los “cantos de sirena” de empleadores que les prometían el cielo y la tierra, y está claro que terminan esclavizándolos.
Superada la crisis diplomática—en apariencia—, y tras comprobar que quienes llegan no son los peores delincuentes de la historia, sino personas del común que iban a rebuscarse en esas tierras, ahora se anuncia el congelamiento de $15.000 millones que se iban a destinar para la JEP. Definitivamente. Trump busca la revancha y todo apunta a que no cesarán sus “sanciones soterradas” para los colombianos.
Resulta lamentable que muchos latinos, entre ellos algunos de nuestros coterráneos, apoyaron electoralmente al mandatario norteamericano. El doble discurso. Anunciaba el endurecimiento para la migración ilegal, pero explicaba que tendría ciertas consideraciones para quienes llevaban un tiempo allá.
Una vez en el poder, Trump inició su política de “tierra arrasada” contra nuestros compatriotas. Los que le creyeron, ahora están de camino a Colombia. Tremendo chasco. Y el problema no es que disminuyan las filas en las casas de cambio a donde enviaban los giros en dólares, sino que la actitud revanchista puede llevar a la toma de medidas orientadas al ahogamiento progresivo en la importación de los productos que les compran a Colombia, mientras nos siguen inundando en los almacenes con chucherías que dicen “Made in USA”
El tema, pensaría uno, más que diplomático es de la actitud del gobernante estadounidense para con lo que le suene a Latinoamérica. Lo digo, sabiendo que lo más probable es que jamás llegaré a conocer al Pato Donald ni a Micky Mouse. Es cuestión de dignidad con nuestros compatriotas.
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