En Colombia se estima que hay 300 circos pobres. Sobreviven de milagro. Hay noches de presentación en la que no entran más de 20 espectadores. Un oficio que se ejerce por amor al arte.
Los circos de pueblo, aquellos cuya llegada se anunciaba con grandes parlantes en un carro viejo engalanado por los payasos que repartían hojas volantes invitando a las funciones, mientras que una decena de niños los seguían en una fiesta inacabable de risas, están muriendo. Es un sepelio con pocos dolientes que, en una era de alta tecnología, prefieren ver las películas en televisión por cable, antes que invertir los $5 mil pesos que cuesta asistir a una función nocturna.
“Esto ya no da para vivir. Lo más que entra en una noche son ciento mil pesos que toca repartir entre los siete artistas: la contorsionista, el animador, tres payasos, el que amaestra los perritos que bailan música colombiana y la señora que vende las boletas y las crispetas de colores y manzanas almibaradas.”
Jorge Enrique Sandoval es uno de los payasos del Circo de la Alegría, que encontré el fin de semana que pasé en el corregimiento de Potrerillo, comprensión de Palmira. Al mismo tiempo es el propietario, quien hace los contactos con las autoridades locales para que los dejen presentarse, consigue el terreno en alquiler, habla con el dueño de la tienda más cercana para que les fíen el mercado y gestiona una casa donde les alquilen un baño y el servicio sanitario.
¿Algo más? Sí, es el que revienta cabeza para saber cómo sobrevivir cuando no entran sino quince o veinte espectadores, generalmente de martes a jueves cuando la gente sale cansada del trabajo y lo único que quiere es verse un capítulo de los culebrones repetidos que transmite la televisión en la noche.
“Hay días que nos toca comernos las crispetas que no se vendieron, y desayunar con maíz azucarado. Pero esto se hace por amor al arte, porque a uno le gusta el espectáculo y, también, porque no hay otra cosa que hacer.”
LOS CIRCOS, CADA VEZ MÁS POBRES
Los de otrora, aquellos circos con los que crecimos, eran distintos. Traían hasta leones, y no faltaban los trapecistas. Algunas de las contorsionistas eran jóvenes y bonitas, y recuerdo el caso de un espectador que asistió a cada función en Vijes, durante tres semanas, porque se enamoró de una de las artistas. Estaba dispuesto a renunciar a su familia y a su trabajo para seguirla hasta el fin del mundo. Afortunadamente, ella estaba comprometida con el domador del león viejo que cargaban para todas partes y que era la atracción de quienes estudiábamos en la Escuela Policarpa Salavarrieta.
Los de hoy, aunque con todo el mérito del mundo que les asiste, son payasos arrugados por el paso del tiempo, con un repertorio de chistes y malabares que repiten en todas partes y que reflejan en sus ojos tristes la nostalgia de otros tiempos; de mujeres pasaditas de kilos con mallas remendadas, y carpas de colores llenas de parches de plástico. Se sostienen por puro milagro, desafiando las leyes de la física.
Teníamos un camión Ford modelo 56 que servía para transportarnos. Lo vendimos en Cartago, porque se varó, y por las circunstancias, nos comimos esa plata rapidito.
«Si le toma fotos al Circo la embarra porque no vamos a inspirar entusiasmo sino tristeza» me dijo Jorge Enrique, el frío sábado cuando hablamos, después de una función que tuvo lleno total. Se colmaron todas las tablas que hacen las veces de asientos en una suerte de gradería que tiembla cuando uno camina por ella, buscando dónde acomodarse
“Hacemos funciones especiales para las escuelas, lo que nos ayuda mucho. Nos permiten compensar los días de pérdidas.”, me explicó y mencionó, además de la poca asistencia, una pérdida grave cuando un ventarrón que parecía un ciclón apocalíptico, les tumbó la carpa en Yotoco, Valle. “Nos tocó levantar todo y, de nuevo, remendar la lona. Son esas cicatrices que ve allí y allí…”
Se estima que en Colombia hay 300 de estos circos, que cada vez son más pobres y amenazan con desaparecer.
EMPRESAS FAMILIARES
Muchos de los circos que recorren los caseríos, son empresas familiares. No de otra manera se explica que los artistas carezcan de seguridad social, prestaciones y a veces hasta de sueldo, y no terminen demandando a los dueños.
“Teníamos un camión Ford modelo 56 que nos acompañó por muchos caminos de Colombia, pero se varó en Cartago y, como no teníamos para repararlo, terminamos vendiéndolo por $5 millones. Esa plata nos la comimos rápido, porque vino una época de lluvia prolongada y, con tanto aguacero en la noche, nadie venía a las presentaciones”. Jorge Enrique es realista. Ya dejó la época del romanticismo que lo llevó a involucrarse en el mundo circense, cuando un pequeño empresario pasó por Montenegro, Quindío, y a él le pareció encontrar la ocupación para el resto de su vida.
Los circos pobres, generalmente, son microempresas. Sus integrantes a duras penas ganan un sueldo, carecen de prestaciones sociales y, por supuesto, de seguridad social. La terquedad por seguir viviendo del espectáculo.
¿Es cierto eso de que tienen un amor en cada puerto? “Puro cuento. Me enamoré de una quindiana de Circasia, pero, aunque me correspondía sentimentalmente, no se le midió a vivir en la incertidumbre de que no tuviéramos qué comer al otro día. Nos vimos tres veces después, pero no logré convencerla de que se viniera a vivir conmigo en el Circo”. Este payaso que lleva más de veinte años en el oficio, se aprendió las risotadas de memoria y las veces que ha sentido una tristeza profunda, la disimula con los múltiples colores con los que cada noche ilumina su rostro.
HOY AQUÍ, Y MAÑANA ALLÁ…
Aunque no pasan más de tres semanas en un caserío, nunca saben dónde estarán mañana. La ruta la determina una exploración al poblado más cercano. Lo visitan y averiguan cuánto tiempo hace que no ha venido un circo. Si las condiciones son favorables, entonces enfilan sus bártulos hasta ese lugar.
Y la rutina comienza de nuevo: buscar el terreno dónde establecerse, una tienda donde les fíen el mercado, el poste de energía del cual se prenden habilidosamente, el dueño de una casa donde les alquilen un baño y un sanitario. Después, arrancan el recorrido por las calles con un parlante gangoso montado en un Renault 4 que se mueve de milagro: “Los esperamos esta noche en el maravilloso espectáculo del Circo de la Alegría…”
Definitivamente y, hay que admitirlo con tristeza y nostalgia, los circos pobres de Colombia, amenazan con desaparecer…
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