Entre los jóvenes de Cali, como en gran parte de la sociedad caleña, hay indignación con el despilfarro y los señalamientos de corrupción de la actual alcaldía de Jorge Iván Ospina, quien aún no ha rendido cuentas de lo sucedido con los $22.000 millones que gastó tanto en la Feria Virtual de 2020, como en un alumbrado navideño que la ciudad le pidió a gritos que no hiciera.
Por Santiago Cruz Hoyos – Cronista del diario El País
El 1 de mayo de 2021, Día del Trabajo, y pese a la pandemia del coronavirus, miles de caleños se congregaron en la Calle Quinta, a la altura de la Loma de la Cruz, para protestar pacíficamente contra la Reforma Tributaria que proponía el Gobierno, reivindicar los derechos de los trabajadores y reclamar mejores oportunidades, en un país donde, según el Dane, 21 millones de personas son pobres; subsisten con $331.688 mensuales (87 dólares).
Fue tanta la gente que acudió, que en las tomas aéreas no es posible distinguir el asfalto de la Calle Quinta. El ambiente, pese a que se trataba de una jornada de protesta, era festivo. La orquesta Cuerda y Son interpretaba ‘Buenaventura y Caney’, y, en la calle, los manifestantes bailaban.
Casi todos eran jóvenes, y esa es una de las primeras respuestas al porqué Cali hoy es llamada ‘epicentro de las protestas sociales en Colombia’.
—Demográficamente, Cali es una ciudad joven. Y aunque casi toda la sociedad muestra descontento por la situación del país, la población joven es la que está viendo mayor desesperanza. Los jóvenes están endeudados con el Icetex para acceder a la educación superior, pero no tienen certeza si van a conseguir trabajo. Y las condiciones laborales son cada vez más difíciles. Si hace 15 años era necesario ser bachiller y tener una carrera para acceder a un empleo, ahora se exige maestría, hablar varios idiomas, invertir un montón de dinero en una educación cada vez más costosa, a cambio de un salario de enganche al mercado laboral de apenas dos salarios mínimos. Y ese mercado laboral tampoco tiene la capacidad de absorber a todos los jóvenes—, dice Lina Martínez, la directora de Polis, el Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Icesi.
La psicóloga Mara Tamayo, quien trabaja con muchachos tanto de las universidades más prestigiosas como de los sectores populares, asegura que ese sentimiento de desesperanza es generalizado en los jóvenes, no importa los estratos.
Dos de sus pacientes viven en Francia y España, respectivamente. Tuvieron la posibilidad de irse del país, pero en estos días de protestas ciudadanas le han dicho que se sienten “energúmenos”: se fueron de Cali y de Colombia porque no les quedó otra opción. No encontraron oportunidades.
— Toda esa desesperanza, esa ansiedad de no lograr los objetivos, la depresión de ver que por más de que se esfuercen no cumplen sus sueños y tienen que dedicarse a otro campo distinto al que estudiaron porque no encuentran más, todo ese resentimiento, se acumula. Y en momentos como este, de paro y protestas, explota. Le dan rienda suelta a la rabia—, dice Mara.
Según la encuesta ‘¿Qué piensan, sienten y quieren los jóvenes en Colombia?’, un proyecto de la Universidad del Rosario que nació a raíz de las movilizaciones de noviembre de 2019, lideradas en gran parte por los jóvenes, la tercera emoción que predomina en ellos, después de la alegría y el miedo, es la ira.
Gustavo Andrés Gutiérrez es un escritor que se ha dedicado a desactivar la rabia de los muchachos en el oriente de Cali a través de la literatura.
Creó una biblioteca ambulante – Biblioghetto – con la que, entre otras iniciativas, les enseña a leer y a escribir a los niños y jóvenes del barrio Petecuy que no han accedido a la educación.
Gustavo está de acuerdo en que Cali es una ciudad de grandes movilizaciones sociales por la desesperanza de esos muchachos.
— En los sectores populares los jóvenes han estado olvidados. No han gobernado para ellos. En las alcaldías no son prioridad, no hacen parte del eje transversal. Destinan programas mínimos, de corto plazo y de bajo presupuesto, para quienes están inmiscuidos en la violencia urbana. ¿Y a los que no están vinculados a esa guerra qué les han ofrecido? Por eso están en las calles —.
El descontento, entonces, no es solo con el Gobierno Nacional. Entre los jóvenes de Cali, como en gran parte de la sociedad caleña, hay indignación con el despilfarro y los señalamientos de corrupción de la actual alcaldía de Jorge Iván Ospina, quien aún no ha rendido cuentas de lo sucedido con los $22.000 millones que gastó tanto en la Feria Virtual de 2020, como en un alumbrado navideño que la ciudad le pidió a gritos que no hiciera.
En febrero de 2021, la desaprobación de Ospina fue del 60% en la encuesta Gallup Poll.
— La respuesta que han dado los gobiernos locales frente a la pandemia ha sido de miseria. Repartieron mercados pírricos. En cambio, los entes de control y la prensa revelaron presuntos hechos de corrupción. $11.000 millones que costó la Feria Virtual no es mucha plata en el erario, pero sí es un montón de dinero en medio de tantas necesidades que viven los ciudadanos por la pandemia. Hay una indignación en la gente, que ve cómo se gastan esas millonadas en eventos innecesarios. La forma en que el Alcalde ha respondido a la pandemia ha sido solo con garrote, con gastos que claramente no son austeros y que no se direccionan a quienes más lo necesitan, y eso también explica la movilización masiva. Yo no recuerdo unas protestas sociales de este calibre—,dice Lina Martínez, la directora de Polis.