Son la voz de un país descubriendo su dignidad, reclamando por fin lo que le deben hace ya varios siglos; la patria que todos merecimos, la felicidad que nos robaron, los muertos que se llevaron los ríos, el pan que aquí no pusieron sino en unas cuantas mesas…
Por William Ospina – Escritor y periodista
Estuvimos juntos siempre pero solo ahora estamos juntos. Siempre nos conocimos y apenas empezamos a conocernos. ¿Quiénes son estas muchachas y estos muchachos firmes y conmovidos que nos hablan por primera vez? Son los que fuimos, sueñan lo que soñamos, hacen por fin lo que siempre quisimos hacer. Están aquí desde hace siglos y sin embargo acaban de nacer, y por sus labios hablan estos mares, y por sus manos corren estos ríos, y son de todos los colores: han nacido en los valles, en las montañas, en los litorales, en las ciudades.
Son la voz de un país descubriendo su dignidad, reclamando por fin lo que le deben hace ya varios siglos; la patria que todos merecimos, la felicidad que nos robaron, los muertos que se llevaron los ríos, el pan que aquí no pusieron sino en unas cuantas mesas, la educación que les pintaron como un lujo cuando han debido dársela como el mayor derecho.
¿Qué es lo que quieren estos jóvenes? Pues lo que quiere todo pájaro: poder volar y cantar; lo que quiere todo río, poder seguir su camino; lo que sueña toda vida, celebrar el mundo, merecer un destino, disfrutar de este breve tiempo que nos dieron sin sentir ese regusto amargo de que la tierra es de unos cuantos, de que la vida verdadera es de unos pocos, de que tenemos que dejar morir las ideas en nuestras cabezas, el talento en nuestras manos y el amor en nuestros corazones, porque el país es de cuatro dueños, porque los que tienen la tierra en vez de ponerla a producir la forran en alambre de púas, porque los que creen tener la cultura quieren guardarla en una caja fuerte.
¡Adelante, los hijos de una edad más orgullosa y más valiente! Ustedes lo merecen todo: no se conformen con migajas. El Estado ha dicho que les va a ofrecer educación superior gratuita. Tal vez sea una buena decisión, pero no es suficiente. Si muchos jóvenes no han podido siquiera terminar su bachillerato, ¿cómo podrían entrar a la universidad aunque no les cobren matrícula? Muchos no tienen qué comer en sus casas, y muchos tienen incluso hijitos qué mantener.
Es ya la educación lo que debe cambiar. Hemos visto muchos graduados de la universidad que ni siquiera así encuentran un lugar en la sociedad, y muchos tienen que irse a buscar en otra parte lo que su país debió darles. Aquí no bastan ya los títulos: necesitamos un país que ofrezca alternativas, que valore el talento, que esté hecho para engrandecernos y no para este desprecio cotidiano.
Pero solo es así como cambian los tiempos: cuando cada quien sabe lo que vale y ya no se resigna simplemente a pedir sino que exige, sino que propone e impone los cambios.
Alguien creerá que es mucha gracia no cobrarles por aprender. Yo digo que la sociedad debería pagarles por aprender. Permitirles ser médicos, ser ingenieros, ser matemáticos, ser químicos, ser arquitectos. Pero tener también, mientras estudian, salud, ingresos, tiempo libre, lo que algunos siempre tuvieron y aquí las mayorías no tuvieron nunca.
Ustedes ya han comprendido qué gran país podríamos llegar a ser si se cultivara nuestro talento. Y si la educación es la mejor inversión de un país ¿por qué habría que pagar tanto por ella? El país debe invertir en sus jóvenes, no solo en algunos, en todos, y no dejarlos abandonados en las fronteras del peligro y de la muerte, y permitirles que cada quien atienda su vocación: ser también empresarios, artistas, agricultores, artesanos, comerciantes, músicos, inventores.
Hay cosas que se aprenden en las aulas, hay otras que se aprenden en las calles, hay otras que se aprenden en las selvas. Que el país abra sus salones de montes y de ríos, de mares y llanuras, allí donde hay que aprender ahora las ciencias más necesarias: cómo curar el agua, cómo salvar el mundo, cómo producir alimentos orgánicos, comida sana, cómo cambiar las fuentes de energía, cómo proteger a las abejas y a los jaguares, cómo limpiar los ríos, cómo crear una economía justa, cómo hacer una industria que no contamine, una arquitectura que dialogue con la naturaleza y con el clima, cómo hacer ciudades bellas, amables con su gente.
No todas las profesiones están inventadas, el mundo nos demuestra que hay mucho qué crear, mucho qué transformar, una nueva manera de habitar en la tierra, y todo eso está brotando, y lo que ustedes hacen hoy, reclamar con valentía, luchar con firmeza, hacerse respetar de los poderes vanidosos y muchas veces corruptos, es parte de ese mundo nuevo que está naciendo.
No: no es solo Colombia lo que está despertando en Puerto Resistencia, y en todos los puertos resistencia que hay en el país: es un mundo nuevo, es el futuro que nos habían robado, es la alegría que nos prohibieron, es la solidaridad que nos negaron, es la esperanza inmensa para un planeta que se estaba cayendo a pedazos, y tal vez frente a ustedes hay unos muchachos con uniforme que saben que necesitan el mismo futuro.
Es la certeza antigua de que la voz del pueblo es la voz de Dios, y que la juventud está más cerca de la naturaleza y es la mejor aliada de la vida. Es la prueba de que el vigor, la belleza y la alegría son dones que la vida le ha dado a la especie para que sepa renacer a tiempo de sus cenizas, para que invente una vez más el mundo.
NOTA IMPORTANTE: La información contenida en la presente columna de opinión, refleja el pensamiento del autor y no necesariamente la orientación político-sindical del movimiento sugoviano.