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Con más de 80 años, don Rogerio es dueño de una cultura sorprendente. Su promedio de lectura es de mil páginas semanales.
Ginebra es un pueblo mágico con casas de múltiples colores y un templo gigantesco de comienzos del siglo pasado. Todos se conocen y se saludan con afabilidad, como si fueran una familia. E, invariablemente, los fines de semana atiborran el solar de las Reyes, donde venden los mejores maduros aborrajados y empanadas de toda la región.
Es un pueblo culto, famoso por el Festival Nacional e Internacional “Mono Núñez”, en el que la modesta biblioteca municipal no da abasta porque solo unos pocos estantes están disponibles para acomodar los libros que jamás serán suficientes.
No es extraño, entonces, que jóvenes y adultos hablen con propiedad de algún autor que podría ser Chejov, Tolstoi, Flaubert, Vargas Llosa, Gabriel García Márquez o Gustavo Álvarez Gardeazabal.
Sin embargo, en criterio de la bibliotecaria, el mejor lector de toda su historia ha sido don Rogerio. Es voraz, más que otros usuarios. A sus ochenta y tantos años, conserva el buen humor y se ríe de todo. Solamente estudió hasta tercero de primera, pero es muy leído y conoce de todos los temas. No se amilana en ninguna conversación, sobre lo que sea. En esencia, es dueño de una enorme cultura.
Se estima que ha disfrutado más de mil libros en casi cincuenta años de lectura.
“Cada semana pide prestados dos o tres libros, principalmente novelas”, anota la bibliotecaria. Su promedio de lectura es de mil páginas de lunes a domingo. Sus ojos navegan inquietos entre líneas y párrafos como un niño feliz en un parque de diversiones.
El asunto es que se trastea. Se va a vivir muy cerca de Cali. “Lo voy a extrañar”, dice la funcionaria detrás de un escritorio, en ese modesto espacio. “Don Rogerio me resume cada libro, con el mismo entusiasmo de un literato”.
El último día que don Rogerio visitó la biblioteca municipal, lucía nostálgico. Recorrió muy despacio los estantes, rozando con delicadeza los libros, como si se estuviera despidiendo con afecto de sus viejos amigos. No fue un “Hasta pronto”, sino un adiós definitivo, porque no sabe si algún día regresará, así sea para recoger los pasos.
(c) Fernando Alexis Jiménez | @CrónicasdeMacondo
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