Fernando Alexis Jiménez | Periodista y dirigente sugoviano
La historia de Andrés y Rocki no fue convencional. Por el contrario, rompió todos los esquemas. El joven siempre insistió en que fue encariñamiento a primera vista. “No lo compré en una tienda de mascotas; estaba perdido, en la calle.”
El perro aún era cachorro. Un labrador color chocolate, de pocos meses. A ciencia cierta, no sabe cuántos. Preguntó en todas partes, pero nadie le dio razón. Al no encontrar el dueño, decidió quedarse con él y cuidarlo.
Cambió toda su rutina. Debía sacarlo a dar un paseo cada día, en la mañana y en la noche, al llegar de la universidad. Entró a formar parte del círculo familiar. Infaltable en las celebraciones, en las que movía la cola para saludar a todos, y gruñir, cuando alguien no era de sus afectos.
Dormía junto a su cama. Andrés se acostumbró. Se hacían falta. Y así, echado en el piso, permaneció el animal cuando su dueño murió. De una afección respiratoria.
Cuando lo llevaron al hospital, lo esperó frente a la ventana, incansable, hasta bien entrada la noche cuando lo rendía el cansancio. Y moviendo la cola, lo recibió cuando lo trajeron para el velorio.
Se echó junto al féretro. No se levantó, ni siquiera a beber agua, durante los dos días que permaneció en el ataúd, antes que se lo llevaran para las exequias. “Si tienen sentimientos o no, lo desconozco. Lo que sí sé, es que Rocki amaba a mi hijo.”, dijo Lucía, su madre, al compartir lo emotivo del momento.
Rocki todavía espera a su dueño. Hoy tiene seis años, y no se sabe por cuánto tiempo más estará atento, junto a la ventana, con la mirada perdida en la distancia…
@FernandoAlexisJiménez
Cabalgando hacia el infinito, junto a don Quijote y Sancho,
en búsqueda de esos sueños que parecen gigantes y terminan siendo,
únicamente, molinos que se mueven con los vientos de agosto…