Arturo Pérez-Reverte, escritor español, acaba de publicar ‘La isla de la mujer dormida’, su nueva novela de aventuras. En esta entrevista expresa su preocupación sobre el peligro del fanatismo y por la pérdida del debate intelectual en la sociedad.
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Hace algunas semanas viajaba en un ferry desde Atenas hasta El Pireo. Unos jóvenes israelíes comenzaron a conversar con el desconocido español. “¿Es usted un escritor? ¿Estoy leyendo a un escritor español?”, dijo uno de ellos y le mostró el libro de Arturo Pérez-Reverte… a Arturo Pérez-Reverte. Leído en múltiples lenguas, el autor regresa con una nueva aventura y con una cuenta pendiente de su infancia, cuando devoraba novelas de piratas. Fue en un viaje reciente por las islas Cícladas, cuando recaló en Syros. Allí surgió la idea de su última novela, ‘La isla de la mujer dormida’ (Alfaguara). El autor compró cartas náuticas, viajó a otros sitios donde transcurre la acción, se documentó y fue cincelando esta novela con piratas modernos.
Una isla del mar Egeo es utilizada como base de operaciones por el bando sublevado durante la Guerra Civil española para atacar de modo clandestino la ayuda que la Unión Soviética le envía a la República. En ‘La isla de la mujer dormida’, ambientada en 1937, hay un triángulo amoroso entre una enigmática dama, un barón, y un marino (“rudo, callado, simple, como todos los marinos que yo admiro, un hombre que cumple su deber de modo eficaz”) y escenas de acción explosivas. “Yo no quiero cambiar el mundo con mi novela, ni quiero hacer mejor el mundo, ni quiero que la vida del lector sea mejor. No, no. No quiero tener un lector espectador, quiero que el lector venga conmigo, que suba a la lancha conmigo, que huela la comida. Quiero un lector cómplice”, dice a La Nación Pérez-Reverte.
¿Siente el peso de ser uno de los escritores más leídos de nuestra lengua?
Siento responsabilidad. Yo sé que a mí no me leen solamente en Argentina o en España. Sé que me leen en Ucrania, en Israel. Mi público es muy variado. Y, además, yo no soy autor de mujeres ni de hombres, de jóvenes o mayores. A la hora de plantear una historia, soy honrado, pero intento adaptarla a ese público que sé que está ahí. Eso me condiciona muchísimo. ¿Cómo hago para que el lector chino entienda la venganza del personaje femenino de esta novela?
Hablemos de este personaje central, Lena, feroz y enigmático, con el que da inicio a la novela.
En mis novelas siempre hay mujeres potentes, fuertes, que luchan sin dioses, en un mundo de hombres con reglas hechas por los hombres. El mundo lleva tres mil años de masculinidad y la mujer ha debido pelear sola. La lucha de la mujer es mucho más interesante y mucho más cruel que las demás luchas. Pero aquí quería tratar algo que nunca antes había trabajado: una mujer que ha sido derrotada. Ella no tiene esperanza ni vías de escape. Lo que quiere es vengarse, morir matando en una venganza en la cual el sexo se convierte en arma intelectual, como puñal. Lena es una prisionera de sí misma, de su propia historia. Es una mujer libre de irse. Pero, ¿adónde? Ella se casa enamorada, pero ya no lo está.
Dice el personaje: “Te creía un héroe, pero ahora comprendo que fue mi imaginación la que te construyó: sin lo que yo imaginé, no eres nada”.
La tragedia de la mujer de mi novela, como también la de muchas mujeres del mundo, por razones históricas, sociales y otras, es la de convertir con su mirada al hombre en héroe. Ahora ha empezado a cambiar. Cuando de pronto la convivencia, la vida, la realidad se imponen, el héroe se desmorona.
¿Cómo se lleva con la narración de escenas de sexo o de pasión?
Hay solamente una escena de sexo en la novela. Parece que hay más, pero la novela se centra en la relación entre ellos (Lena y Miguel Jordán), de ese sexo no explícito. Soy un escritor profesional, he sido novelista por 30 años. Yo conozco mi trabajo. Yo sería un músico infame, un pintor terrible, un ingeniero desastroso, pero lo que hago bien es contar historias. No abordo la novela emocionalmente. Cada pasión, cada reflexión, cada violencia de la novela es una cosa que está deliberadamente puesta, estudiada, sopesada. Escribo de una manera muy social y muy planificada. No hay nada casual en la novela.
Hay un personaje en la novela que constantemente hace referencias a Shakespeare. ¿Es un homenaje a su amigo Javier Marías?
Uno tiene que vestir a sus personajes, hacerlos peculiares, darles características. Quería hacer un telegrafista excéntrico. Entonces, de pronto, escribiendo el personaje, me sale una frase shakespeariana. Aunque es verdad que tenía yo a Javier presente cuando desarrollé ese personaje. No es un homenaje, es un guiño.
Hay otros dos personajes, espías, amigos de ideologías muy diferentes que se reúnen, que dialogan, que conviven. ¿Es posible esto en la vida real?
Sí, es posible. Lo es, lo he vivido y lo he visto. Pero en el mundo actual hay una obsesión social por establecer líneas divisorias. Es decir, blanco o negro. “Pronúnciese, señor Reverte: ¿usted es de República o de Franco? ¿Usted es rojo o azul? ¿Machista o feminista?”. Uno puede ser muchas cosas, incluso ser contradictorio. El mundo actual rechaza la gama de grises. Rechaza la fértil ambigüedad del debate intelectual y de la vida. En mis novelas es al revés. No porque yo sea ambiguo ideológicamente. En el mundo actual, el que tiene una fe, que es una palabra muy peligrosa, tiende a rechazar cualquier virtud en el adversario y a rechazar cualquier error en el bando propio. Al final, con la edad, desconfía de quienes tienen fe religiosa, patriótica, la que sea.
¿Por qué?
Porque la fe hace militantes. El militante termina siendo fanático y el fanático termina siendo inquisidor, y el inquisidor termina siendo verdugo. Es peligroso porque el mundo está lleno de tontos y hay muchos más tontos que malos, pero los malos contaminan a los tontos y vuelven malos a todos. El mundo actual tiende cada vez más a exigir que te posiciones. Y hay aquí algo muy peligroso. Supongamos que soy un tarugo analfabeto, pero me pongo a tuitear a favor o en contra de alguien. Ya no me siento más solo, porque integro una comunidad y me siento importante, soy parte de una fuerza. La gente que no tiene ningún tipo de razón intelectual adopta ideas políticas, sociales, económicas, religiosas que no son suyas. Es gente sin formación adecuada que milita de una manera absolutamente radical con la fe del converso en causas que ni comprenden, ni sienten realmente.
¿Cómo analiza la irrupción de Javier Milei en la Argentina?
No quiero hablar de Milei en la entrevista.
Menciona la idea de patria, que aparece en la novela. ¿Qué es la patria para usted?
Mi patria es el Mediterráneo. Me enseñaron: “Tú no eres solamente español, eres europeo y eres mediterráneo. Entonces, tu patria no es España, ni Cartagena, ni Valencia, ni Cataluña, ni el país Vasco, ni siquiera es solamente Europa. Tu patria es el Mediterráneo y tres mil años de memoria. Tus abuelos se llamaban Homero, Dante, Virgilio, Voltaire, Cervantes, son tus abuelos”. Yo nunca moriría por la patria. Yo moriría por defender a mis amigos, a mi perro, a mis afectos. Pero ojo, eso no quita que yo admire a quien es capaz de hacerlo. He visto en Malvinas pilotos argentinos con bigote y el rosario en la mano salir y no regresar. La palabra patria, Dios, bandera, para mí son palabras sospechosas porque han sido tan manipuladas, tan manejadas que es muy difícil creer en ellas. Por eso me voy a palabras menores: dignidad, lealtad, valor, solidaridad.
En ‘La isla de la mujer dormida’ un personaje afirma: “Anduve por muchos lugares en mi vida, pero me he vuelto perezoso, ya solo viajo con la imaginación y converso con autores muertos”. Usted sigue viajando, y ha estado en muchos lugares, pero, ¿solo conversa con autores muertos?
Sí, y entre ellos con mi amigo Javier Marías. Me interesan los autores que desarrollaron algo que hoy es permanente. Leer a Stendhal, a Balzac, a Galdós, a Conrad, a Roberto Arlt, a Borges, sí me aporta.
El juez argentino Ariel Lijo ha denunciado penalmente al director de la Real Academia Española y ha exigido retirar del Diccionario de la lengua española la quinta acepción de la palabra “judío” del término, “por incitación al odio contra la colectividad judía”. ¿Qué opina de este hecho?
Ese juez es ignorante o es tonto. O también puede ocurrir que sea las dos cosas a la vez.
“No concibo que Europa renuncie a ser el faro de la civilización superior que dominó el mundo”. Aquí habla una voz de su reciente ficción, pero también habla usted. ¿Es así?
Sí. No lo concibo, no. Lo tengo asumido. O sea, no me resigno a esa realidad. Pero es evidente que está ocurriendo. Lo que no puedo es aceptarlo en silencio. No puedo aceptarlo con naturalidad. Me chirría, me mortifica, me hiere, me perturba, me entristece. Europa ya no es nada. Europa ya es una caricatura. Es un parque temático para turistas.
(c) Laura Ventura | Diario La Nación (Argentina)
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