Ha hecho carrera creer que aprovecharse de la buena fe de los demás, es una demostración de viveza. Lo que evidencia es la deshonestidad, que urge corregir.
Para nadie es desconocido el incidente del parroquiano que se arrima a una fila gigantesca en el banco, saluda a un amigo y se queda ahí, desconociendo los derechos de los demás y validando el “colarse” como una buena práctica.
Si le hacen reclamo, se enoja y es capaz de “braviar” a quien le reclama, invitándolo si es necesario a salir a la calle para que “arreglemos esto a las malas”.
¿Y qué tal el motorista que, a pocos segundos de cambiar el semáforo de amarillo a rojo, hunde el acelerador y atraviesa la avenida? No le importa el peatón que se apresta a cruzar la calle o el motociclista del lado opuesto que emprende su recorrido.
También la señora no devuelve el dinero de más que le dio la cajera del supermercado, afanada por el alto número de compradores que reclaman ser atendidos pronto. “Gracias a todos los santos por esta bendición”, dice, mientras se persigna.
Ah, y el que le pide un bolígrafo prestado al que sabe, usa de los finos, y aprovechando el descuido del propietario, emprende una sutil huida.
Otro caso olímpico: el parroquiano al que le dieron un billete falso y pretende hacer compras en la tienda del barrio, aprovechando que la propietaria es de avanzada edad. ¿Y qué decir del que pide una gaseosa y dos pandebonos y para pagar esgrime un billete de cien mil pesos, de los verdes, que son un encarte?
El listado puede ser muy extenso. Son las variables de la “viveza del mico”, la que caracteriza a más de un compatriota que se cree más listo que los demás cuando logra engañarlos.
En el libro “El hueco”, el escritor y periodista, Germán Castro Caycedo, describía de qué manera muchos norteamericanos tenían estigmatizados a los colombianos. “Son unos tramposos”, decían al referirse a los coterráneos que emigraron en busca de oportunidades. Esta mala cultura debe terminar.
A partir de imprimir pequeños cambios a nuestro comportamiento, debemos cambiar la “cultura del más vivo” y caracterizarnos por una honestidad a toda prueba, que se convierta en nuestra impronta le da vueltos demás.
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