SINDICATO UNITARIO DE LA GOBERNACIÓN DEL VALLE DEL CAUCA
NOSOTROSCONTACTO 26 Jul, 2024

“Vos no sos mi enemigo, sino mi adversario político” (Relato para pensar)

Por Fernando Alexis Jiménez

Mario Ulcué apuntó el fusil muy despacio, consciente de que un ruido en la oscuridad y el silencio de aquella noche, lo delataría. No podía negar que estaba nervioso. Sudaba copiosamente. Gruesas gotas de sudor salado surcaban su frente y se perdían en la cuenca de sus ojos. Le ardía bastante. Aquél movimiento en un arbusto cercano le alertó. Extendió su mano, corrió una rama con mucho cuidado, y ahí estaba el soldado, mirándolo con una mezcla de angustia, terror y derrota al ser descubierto. Era joven, de unos 18 años, según intuyó.

          Aquél muchacho le recordó a su primo Javier, con el que jugaba billar los sábados en la noche en la Fonda de don Jacobo; le recordó a su hermano Manuel, que trabajaba tirando azadón desde primera hora del día y tenía la ilusión de construir un galpón para criar pollos en el fondo de la finca; le recordó a Dúber, el vecino, que muy joven se fue a Popayán para estudiar una carrera en la Universidad del Cauca. Para dar ese paso, su padre tuvo que hipotecar la chacra, herencia familiar de muchas generaciones.

          En esos breves instantes muchos pensamientos pasaron por su mente. ¿Traicionaría al Movimiento Armado “Quintín Lame” en el que militaba hacía tres años y medio?¿Qué podría ocurrir si lo dejaba escapar?¿Le harían juicio revolucionario y pagaría él con su vida aquella decisión?¿Acaso no eran soldados como aquél los que habían matado a su mejor amigo, en un combate?¿No le habían enseñado cuando se enguerrilleró que los milicos eran sus enemigos?

          “Mire, esos fueron segundos pero me parecieron una eternidad. Mi dedo temblaba junto al gatillo. Tenía que tomar una decisión, pero rápido. Atrás venían otros compañeros que estaban respondiendo al fuego del Ejército que se encontraba como a una cuadra. Sólo escuchaba a lo lejos el tas-tas-tas de los disparos. Recordé incluso las palabras del padre Álvaro Ulcué Chocué, un pariente lejano que se hizo cura a punta de mucho esfuerzo. El dijo en una homilía, allá en la vereda: “El otro no es tu enemigo… es tu adversario…” Todo eso me daba vueltas en la cabeza…. Y finalmente hice lo que debía, lo que tenía que hacer…”, me relató este desmovilizado con quien compartí un Diplomado impartido por Fucude, la Arquidiócesis de Cali y la Alta Consejería para la Paz del Valle del Cauca.

          Mario dejó ir al soldado. “Andáte, pero rápido, antes que me arrepienta.”, le dijo. Sabía que el joven militar tampoco lo delataría. Lo último de lo que se acuerda es de un cruce de miradas: La de alguien que respeta la vida de su contrincante, y la del guerrero que reconoce que jamás—ni con todo el dinero del mundo—podría pagar ese gesto… Volvería a ver a su familia…

–¿Algo por ahí, compañero?—le pregunó otro combatiente del Quintín Lame.
No, un animal, creo; pero ya se fue…–le respondió Mario (en aquél momento Arquímedes, por asuntos de compartimentación al interior del Movimiento) mientras se disponía a proseguir en el combate.

Mi adversario, no mi enemigo

Cincuenta años de guerra en Colombia nos han enseñado que el rótulo más peligroso que se le puede poner a otro, es el de enemigo. Con ese rótulo –el de enemigo–muchos líderes de izquierda terminaron torturados en una guarnición militar; muchos militares terminaron confinados como animales en encierros de alambre de púas en tanto duraba su retención en manos de la insurgencia, y sinnúmero de dirigentes de izquierda e incluso militares, sucumbieron ante el ruido ensordecedor de las motosierras que desmembraron no solo sus vidas sino sus sueños, y condenaron a sus familias al sufrimiento por cuenta del paramilitarismo.

          Todos los seres humanos, en todos los países, en todos los lenguajes, tenemos derecho a expresar lo que pensamos, a disentir, a opinar diferente. Es un derecho fundamental e inalienable. No obstante, pensar en Colombia se tornó muy peligroso. Esa es la razón por la que hay tantos politiqueros hoy día. Ellos no tienen que pensar sino simplemente aportar unos pesos, comprar unos votos, enquistarse en el Senado, en la Cámara de Representantes, en una Asamblea o tal vez en el Concejo de algún pueblo, y seguir exprimiendo el erario público hasta que llega el momento para jubilarse. Y para hacer esa carrera clientelista no necesitan pensar mayor cosa, no tienen que ahorcar las neuronas ni devanarse los sesos… Salvo sumar cuánto conseguirán y restar cuánto pagarán a los testaferros.
De enemigo a adversario

Cuando los indígenas se toman una vía troncal y arremete contra ellos la fuerza pública, lo que vemos en escena es a colombianos enfrentados; los indígenas defendiendo sus derechos, como Juan Pueblo que son, y los policías procurando retomar el control, olvidando que también ellos son Juan Pueblo, porque si fueran hijos de terratenientes o de banqueros no estarían haciéndole el quite al desempleo sirviéndole al Estado.

          Igual, cuando la insurgencia mantiene en la selva a un militar, lo que vemos en escena es a Juan Pueblo enfrentado. El insurgente tiene una madre que lo llore, unos hermanos que lo extrañan y unos amigos que desearían compartir tiempo de domingo en la tarde viendo morir el día; y el militar es a su vez un hijo con una madre que reza por su regreso a la libertad, un padre que lo recuerda cuando era niño aprendiendo a montar triciclo, unos hermanos que añoran las épocas en que se volaban de la escuela para irse a cine de matiné, y una esposa y unos hijos que lo traen a la memoria mirando sus fotografías en un viejo álbum.

          Recuerdo una entrevista que le hicieron en televisión a la madre de un paramilitar: “Luis Ernesto es un buen hombre. No entiendo por qué anda metido en esas vainas, pero puedo asegurarle que es un buen hijo y un buen hermano”, le decía al periodista aquella mujer entrada en años que defiende a su hijo, sin importarle en qué bando se encuentre.

          Pero los tres, dependiendo de la orilla en que se encuentren, consideran enemigo al otro. Simplemente porque no piensan igual ni militan en el mismo ejército. Lenguaje de la maldita guerra que lleva a olvidar que aquél a quien se rotula de enemigo, es un ser humano. Alguien que ríe, pero que también llora; una persona con sueños pero también con frustraciones. Ser humano al fin y al cabo. Lo que le torna diferente es la forma como piensa.

Cambiar la dinámica del conflicto

La dinámica del conflicto cambiaría si se le quitara la etiqueta de enemigo y se le considera un adversario: político, religioso o de inclinaciones deportivas. ¿Por qué adversarioy no enemigo? Porque al enemigo hay que atacarlo antes que te agreda; en cambio, al adversariohay que derrotarlo pero en el terreno de las ideas, con la fuerza y el peso de los argumentos. El panorama cambia diametralmente. Entra a configurarse una nueva perspectiva: Vos pensás diferente a mí, pero no desecho tus ideas antes que hayás escuchado las mías… Un lenguaje distinto que pone un matiz opuesto al color con el que vemos al contendor hasta hoy…

          Si el otro tiene derecho a pensar distinto, lo debo respetar y ganarme así el derecho a que yo pueda pensar diferente. Si una idea contraria se aplasta con la fuerza de las armas, de la tortura, de la desaparición forzada, de las amenazas de muerte o de la presión sicológica, se habrá logrado una victoria efímera… ¿La razón? La encuentro en una sencilla frase que solía repetir Mahatma Gandhi, un revolucionario de nuestro tiempo, cuando decía: “La victoria conseguida con violencia es equivalente a una derrota, puesto que es momentánea.”

          Cincuenta años de guerra —que anhelamos termine pronto–, debe llevarnos a pensar que el semejante no es enemigo sino adversario y que no se torne extraño que Catatumbo y Márquez puedan tomarse una cerveza fría en la Avenida Sexta con un militar, sea cual fuere su rango, mientras escuchan a Niche o Guayacán y hablan del porvenir. Aceptar que se luchó en orillas distintas y que deslegitimar al que piensa diferente, es otra forma de violencia…

NOTA IMPORTANTE:

El presente artículo interpreta el pensamiento del autor y no necesariamente compromete la naturaleza sindical e ideológica del movimiento sugoviano.



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